Las manos de Leticia Skrycky, Alina Ruiz Folini y Luciana Chieregati
Ayer fui al Teatro Pradillo a ver Las Manos de Leticia Skrycky, Alina Ruiz Folini y Luciana Chieregati.
Luciana, Alina y Skrycky son tres amigas que trabajan juntas.
Trabajan en oficinas, salones de casas, estudios de danza y teatros.
Trabajan con el suelo, con los cuerpos, con los espacios, con las luces y los sonidos, con los materiales que hay en las salas, con el silencio y el oscuro, con aquello que está más allá de nuestro cuerpo y que también se puede tocar y con las relaciones entre todas las personas que se encuentran en un lugar.
En Las manos, como dicen en la partitura de la pieza, hacen esto:
En Las manos ellas son expertas en manos:
- En las manos que hay al final de los brazos.
- En las que están por todo el cuerpo saliendo hacia fuera y como receptoras de lo que allí hay.
- En las manos del cerebro.
- En las manos con las que se articula un tipo de pensamiento que no se articula con los ojos o con lo que ya sabemos.
- En las nuestras.
Las manos es una pieza de danza que le encantaría a Antonio Ferreira porque él también piensa en lo táctil. Y porque él también piensa en esas cosas que nos pasan cuando vemos a las otras hacer, cuando nuestras manos se virtualizan en las manos de la otra.
Las manos no es una pieza que hayan hecho Alina, Leticia y Luciana. Es una pieza que han hecho sus manos. Y sus inteligencias, pero llevadas por las manos. Es curioso que, así escrito, pudiera parecer algo obvio o engañoso, pero viéndolas bailar no cabe ninguna duda. Sus manos habrían tenido que dialogar con sus inteligencias para acabar empoderándose de la coreografía y el espacio. Las manos habrían metido sus dedillos (los de Alina apretujando el aire que había delante de su cara al principio de la pieza, los del Luciana pasando cerca de nuestros pies o los de Skrycky pinchando los fluorescentes que iluminaban el espacio) en aquellos cerebros para agitar las sustancias del condicionamiento de las proyecciones alejadas de la práctica.
Las manos se ve con las manos.
No paramos de tocarnos durante la pieza, de amasarnos una mano con la otra, o un muslo con una mano, o un dedo con toda la mano. Un chico que estaba sentado a mi lado meneaba sus manos frente a su pecho gimiendo contenido. Otro chico que estaba sentado en frente de mí daba una palmada cuando las manos de las bailarinas se juntaban. Y hay un momento de la pieza en que nuestras manos ya se han apoderado de nosotros y son las que encarnan nuestra corporalidad y nuestra recepción, las que están allí llevando la voz cantante. El juicio de nuestras cabezas desaparece porque la corporalidad/materialidad de lo que allí se está moviendo es tan presente, evidente y absoluta que solo es abarcable por nuestros cuerpos.
Las manos se ve también con los ojos.
Pero no con los de casi-siempre. Se ven con los ojos que tenemos en el cuerpo, no con los que tenemos en los títulos del ministerio o con los que referenciamos inteligentemente lo que digerimos. De hecho, hay un momento de la pieza en que una sensación que se intuye desde el principio desborda todo lo que sucede después, desborda el control hacia nuestra atención y nuestros cuerpos, y se hace real. Me refiero a la sensación de que nuestros ojos se mueven con una autonomía infantil, corporal (otra vez), intuitiva, natural. Digo esto suponiendo (o habiendo sentido más bien) que nuestros ojos muchas veces se mueven dirigidos desde dentro.
Pues en Las manos pasa eso, que los ojos se mueven porque van descubriendo cómo pueden hacerlo por su cuenta. Y pasa otra cosa, que es una de las mas fuertes de para mí, que supongo que tiene que ver con lo que ellas comentan a veces sobre la cualidad háptica de la pieza.
A ver si lo consigo explicar:
Por un lado, ves la pieza y tocas, a través de sus manos, sus cuerpos, el espacio, las paredes y el suelo y todo lo que ellas van acariciando, rascando o azotando.
Por otro lado, la mirada hacia lo que allí sucede atraviesa lo visual para convertirse en táctil y empiezas a percibir por la vista cualidades propias del tacto como suavidad, frío, calor… Pero no de una manera metafórica, sino real, inmediata: miras a los otros espectadores que están sentados alrededor del cuadrado blanco y tus ojos los acarician, no los poseen.
La vista deja de poseer lo que mira, de colonizarlo con su juicio, de invadirlo y apresarlo al convertirlo en imagen y entra en diálogo directo con ello, se funde con aquello que ve/toca, intercambian sus temperaturas, deviene orquídea la abeja y abeja la orquídea (citando, como siempre, a Deleuze).
La sensación que quería explicar y que se activa por los cuerpos en el espacio y todos los fenómenos que allí suceden (con la luz, el sonido y demás) es la de una relación táctil entre todo: cada cosa presente se abre, brota en su tactilidad y se encuentra con todo lo otro desde esa apertura, fragilidad, corporalidad y sensualidad.
Bad Gyal decía en la entrevista con Ernesto Castro que sus uñas-escultura son el signo de que ya no necesita trabajar con sus manos para ganar dinero. Ayer pensaba en ella viendo Las manos. Pensaba en ella sin más, porque pienso muchas veces en sus uñas con admiración. Y también porque yo quiero ser una estrella del pop como ella (que es estrella del dancehall pero que es estrella del pop como condición) pero no sé si lo aguantaría. Vamos, que pensaba en ella por la idea de especialización: Alina, Luciana y Skrycky se han especializado ahora en manos y slime y aceites… Y lo maravilloso de su trabajo es que en la próxima investigación igual se especializan en la repostería o en los tonos agudos. O incluso en nada. Este tipo de danza, de investigación en artes, de lo que sea, es muy escurridizo: nunca se sabe por dónde te va a llevar. Creo que eso es lo que más me gusta de nuestro trabajo y lo que me hace posicionarme como espectador desde la humildad del desconocimiento. Las manos es una pieza muy clara para esto: se puede ver desde el juicio y desarrollar una crítica muy inteligente de lo que allí pasa (que está lleno de símbolos, referencias, y potencias para la traducción) o buscar la manera de verlo desde la incógnita, dejando que el propio trabajo desarrolle su código.
(Bueno, que pienso en esta manera de ver, estar y hacer como un proyecto de vida, no como algo que yo pueda hacer ya y que sea mejor que lo otro. A mí me parece más interesante, eso sí. Un reto siempre por aquello de esquivar los prejuicios y limpiar la mirada).
Las manos de Alina y Luciana van cambiando de color.
Empiezan brillando untadas de aceite. Luego se secan y el color rosa es mate. Hay momentos en los que la palma se pone muy roja y que escuece. Hay unas uñas nacaradas y otras sin pintar.
Las manos empieza con las manos moviéndose. Y luego parece que aquellas manos empiezan a mover los cuerpos, los espacios y todo. Pero las manos del principio que son de esas que tienen palma, dorso, dedos, falanges y uñas poco a poco van absorviendo los fragmentos y disolviendo las fronteras de cada unidad. Y cuando te das cuenta, has dejado de ver dedos y uñas, manos y brazos, un cuerpo y el otro, ellas y nosotros, lo que mueve y lo que es movido.
Y esa fue una de las sensaciones más locas de Las manos:
A medida que sus manos avanzan limpiando la energía de Pradillo, las neuronas espejo que se habían activado en nuestras conexiones táctiles se trenzan y cortocircuitan y los cuerpos empiezan a moverse sin distinguir dónde empieza el movimiento de Alina y dónde termino yo. Pero es muy fuerte cuando eso sucede con la luz, el sonido y el espacio. Es casi como en aquel capítulo de Friends en el que Phoebe cree que puede encender y apagar su televisión cerrando los ojos. El espacio se transforma cuando se encienden y apagan las luces y cuando la electricidad se amplifica en los altavoces y en nuestros cuerpos. Lo táctil del espacio técnico disuelve el límite de nuestros cuerpos, hace un código abierto de nuestras pieles que ya no saben si son ellas las que irradian la luz, si las respiraciones están cambiando la iluminación o sonando, si respiramos luz o si el latido de nuestro corazón lo están pinchando ellas.
Y aunque yo no pueda escribir esto sin ponerme muy místico, no diría que Las manos es una pieza mística, sino todo lo contrario (si es que hay algo de los cuerpos que pueda ser todo lo contrario). En Las manos mueven las manos y hacen cosas con las manos.
Las manos parece que también es una situación de amor. Nuestras miradas con ellas se cruzan y abrazan, las miradas con los otros espectadores, también. Incluso con Skrycky que lo ve todo desde la mesa técnica que está fuera del cuadrado blanco. Se crea un espacio de intimidad pública y hermandad erótica muy sensible y real en una capa que no es la del verbo: está en el cuerpo como llave, mucho más allá de lo que se puede tocar directamente. Ni es cuantificable ni secreta. Allí estuvo sucediendo y allí se ha quedado vibrando en Pradillo eternamente.
La escritura es muy clara y eso, como con el CTR de Joao y Claudia, da espacio a la presencia del espectador que puede simplemente estar con absoluta atención sin dividirse entre el yo que ve la pieza y el yo que desentraña el virtuosismo de la composición. La coreografía me hizo sentir con clara intensidad el paso de ser espectador a ser público: de la individualidad que se relaciona con lo que está enfrente a la comunidad de límites disueltos. Además, los límites de esta comunidad no solo eran disueltos hacia dentro (entre todos los espectadores) sino también hacia fuera, con lo que allí había y sucedía. Tal vez por el poder de tocar a través de sus manos y la magia del espacio cambiante, la comunidad público era una comunidad total que se esfumaba lentamente al final. Muy lentamente, por eso nos resistíamos a salir.
Pensé también en la atención táctil de Las manos.
Si la atención como término del yoga la podemos entender bien como el movimiento limpio y dirigido de la mente hacia algo, en Las manos la idea de mente se desborda y evidencia que está compuesta de muchas más cosas que el juicio, la responsabilidad, la traducción y la inteligencia. Esa atención táctil que está presente convoca también en los espectadores una presencia táctil, sensible, desconocida y natural (natural en cuanto a que no necesita ser construida y se da). Pensaba si ellas habrían entrenado una atención táctil para la pieza, si ese era el cambio que notaba desde la última presentación en Masa, el año pasado en Pradillo.
Una espectadora cerró los ojos cuando Luciana apoyó la mano en su rodilla y, desde el otro lateral, respiramos aliviados.