Extracciones de A Nation Is Born In Me, por Roberto Fratini y Søren Evinson
A Nation Is Born In Me es una especie de meta-performance. Una performance sobre performance. La cosa es que cualquier performance sería en este aspecto una metaperformance, porque cualquier performance conlleva una alegación implícita en favor de la performatividad de la performance. Probablemente este sea su rasgo más religioso: la performance es, por regla general, un metadiscurso consensual.
Mas si el metateatro consistió a comienzos del siglo XX en la operación de supeditar las poéticas de la ficción e ilusión teatral a la realidad – también performativa – de su fabricación, para poder renegociarlas, una meta-performance stricto sensu será la performance que supedita las poéticas de lo real performativo, y su supuesta no-ficcionalidad, a una maniobra de teatralización. Meta-performance es la que trata y escenifica como mentiras las verdades de la performance, para negociar la posibilidad de que efectivamente aquellas verdades sean posturas, imposturas o “síntomas” (los síntomas también son posturas e imposturas) de algo que se gesta en el pasado simbólico, en lo reprimido de la performance. En este aspecto, A Nation is Born in me es posperformance. E intenta ser un metadiscurso real.
A Nation Is Born In Me trata de los aspectos impensablemente fálicos de la idea de Presencia. E insiste en que si el carisma desprendido por la excelencia de la prestación escénica huele a autoritarismo (es un axioma de las poéticas), el carisma desprendido por la Presencia anti-prestacional del performer puede oler a totalitarismo: igual que el formato de carisma presente en los fenómenos de aclamación y en los dispositivos gloriosos del fascismo histórico, se despliega con más facilidad alrededor de un vacío cualitativo. Los dictadores de toda pelambre fueron a la vez homúnculos desprovistos de cualquier excelencia y eficaces “artistas de acción”.
A Nation Is Born In Me insiste en las obviedades de la performance y de sus carismas de formato, porque considera que cualquier acto colectivo de aclamación de lo obvio y el acto individual de su conclamación son fascistas por definición. El fascinum (el fajo de ramas o porras que desde la antigüedad se asocia al carisma de la pura presencia y de la acción pura, expresados en la figura del “hombre de acción y presencia” – jefe militar, dictator, imperator -) es igual de obtuso, obvio, inexpresivo y sin lugar a duda “fascinante” que una polla sin dueño. Su sucedáneo de erección es el volverse mayúsculo de la presencia implícita y dada de antemano como Presencia Explícita y Ofrecida.
A Nation Is Born In Me es por ende una performance narcisista a raíz de la sospecha de que toda performance lo sea. Y de que toda performance estimule el inconfesado narcisismo del estamento cultural que la promueve, la disfruta, la argumenta.
A Nation Is Born In Me se basa en la hipótesis de que la animosidad de cierta performance, su escandalismo, su neo-torpeza, su inconclusividad, su pendantería estructural, sean la medida exacta de su inanidad y de su onanismo potencial. A Nation is Born in Me expone y desenmascara los protocolos histéricos de esta impotencia. Dirigida con animosidad al público, la pregunta implícita del performer es también la pregunta histérica por definición: “Qué quieres de mí?”. Por supuesto esta pregunta va dirigida, por el histérico y el performer, a un interlocutor afectivo, o a un público, que no ha pedido ni preguntado ni exigido estrictamente nada. Y al igual que el histérico consigue de esta forma expresar su impotente deseo de que se le pida algo, e involucrar en su drama interior el espectro de la culpa ajena como un estimulante neurótico, el performer consigue expresar de su forma su impotente deseo de que el público espere algo de él, involucrándolo en su “teatralidad sucedánea” como el culpable o el desencadenante de su propia impotencia escénica. De este pacto neurótico está hecha la casi totalidad de la estética de la performance contemporánea.
Tratándose de una formación histérica, su celebrada pretensión de expresar una disidencia de algún tipo se queda a menudo en agua de borraja. La Presencia mayúscula difícilmente consigue ser disidente; y difícilmente consigue representar modelos de disidencia viables y maduros. Puede ser en cambio muy eficiente a la hora de empaquetar en mensajes disidentes el eros, íntimamente fascista, de la publicidad. Cuando funciona así, la cultura de la performance revela un inquietante parentesco con el reciente giro “auto-empresarial” de la idea de subjetividad.
A Nation Is Born In Me pone en entredicho o “desobvia” la vitalidad política de la performance política, poniendo en entredicho y desobviando la eficacia política de la performativización de la lucha política. Porque si aún es cierto que esa lucha esgrime aspectos performativos, sólo una cultura radicalmente hipócrita y sustancialmente consensual puede deducir de estos aspectos el axioma de que la performance sea un formato disidente en sí, y de que la performance, como consumo cultural de la experiencia de la disidencia, pueda y deba convertirse en la más eficaz de las armas políticas. El único resultado político de la mayoría de las performance es asegurar a un público persuadido de ser progresista que también el artista lo es. Encerrada en este círculo mágico, que se resuelve en infinitas circulaciones discursivas, la disidencia, literalmente, se resguarda de la posibilidad de volverse real.
Por eso mismo, puede presumirse que, lejos de catalizar la emancipación, la poética de la performance siga representando una de sus frentes más eficaces de amortización, reabsorción y desrealización.
A Nation Is Born In Me, como su título sugiere, pone en el centro de su maniobra ficcional el paradigma anti-genealógico de la performance en general. Los elementos formales y temáticos de rebeldía de la performance remiten todos a una desautorización de los padres tan antiguas como el 68. El performer se reivindica padre único de la inmanencia irreducible y de las formas de su destino en esta tierra y en esta escena. Esto explica la estructura a menudo crística (que no crítica) y pasional (que no “accional”) de la performance misma. El performer está implícitamente declarando: “Mi único padre, quien está en los cielos, soy yo. Y mis padecimientos, que todos ocurren por culpa vuestra, os salvan”. Su alegación devocional es radicalmente teológica.
A Nation Is Born In Me trata el neo-bastardismo de la performance por lo que es: una victimología ambiciosa. Y considera que la sobre-exposición de la disidencia en auto-crucifixiones, auto-resurrecciones y redenciones orquestadas es todo menos disidente. Disidente sería un uso activo de la invisibilidad. Pero precisamente la invisibilidad no se “expende” performativamente, y no resulta en un consumible cultural.
Con su rechazo de cualquier teatralidad, la performance remite incansablemente a lo comunitario y a la emancipación como condiciones “naturales”: el fantasma de lo real, y lo real como fantasma son sus temas dominantes. Remitiendo con obstinación a esta fantasía fundacional consigue efectivamente amortizar o retrasar la toma de conciencia de que sus temas (democracia, emancipación, igualdad y convivencia) sólo se pueden obtener negociándolos como artificios fundamentales, y concertando hábilmente la ficción que son. Nada es más eficazmente disuasorio que un cuento mesiánico. La cultura de la performance saca tajada de la gran urgencia de la colectividad más políticamente pusilánime de todos los tiempos por obtener promociones morales. Lejos de “realizar la ficción”, contribuye a ficcionalizar la realidad. Cuando se da en esta forma, el intercambio entre performer y público reproduce detalladamente la arquitectura dinámica de la falsa con-ciencia. El carné de bondad que artista y colectividad se conceden mutuamente a la hora de federar culpabilidades, esperanzas y mitos comunitarios, es posiblemente el único efecto de “transformance” que la performance pueda atribuirse como un logro.
A Nation Is Born In Me toma en serio la sospecha de que la historia de la performance sea parte de la historia del capitalismo “extractivo”: no tan sólo no da lo que promete. No darlo es lo que le permite perpetuarse. Su estado de necesidad disimula una voracidad estructural. La expresión de esta voracidad estructural es vivir de la renta de un mito discursivo y rentabilizar discursivamente márgenes siempre nuevos de lo real. Hija en este aspecto de la noción reconfortante de campo expandido, mucha cultura de la performance reproduce la marcha inflacionaria y rentabilizadora de la noción de Cultura (que se moldea a su vez sobre la marcha inflacionaria y rentabilizadora del capitalismo a secas). Colonizar nuevos entresijos del discurso y explotar plenamente los recursos ya menguantes de auto-reproducción automática de ese discurso, es su forma de fracking espiritual.
A Nation Is Born In Me habla también, como sugiere su título, de este paradigma de auto-re-producción.
Este artículo Nace de una serie de encuentros (tres) entre Roberto Fratini y Soren Evinson para pensar entorno a A Nation Is Born In Me.
A Nation Is Born In Me estará entre el 22 de noviembre y el 2 de diciembre en Antic Teatre de Barcelona.
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