¿CULTURA INDEPENDIENTE? Por Sandy Fitzgerald para la Revista num.8 del Antic Teatre (Cas,Cat, Eng)
(Versió Català més avall /// English version below )
¿CULTURA INDEPENDIENTE? (PARTE 1) Versión en Castellano
Antic Teatre es un centro cultural independiente, uno de muchos en Europa. Pero, ¿qué significa ser un centro así? y, ante todo, ¿qué es la cultura independiente?
La respuesta se halla en los valores defendidos por estos centros, ya que representan la idea de que la cultura debería apoyar una sociedad pluralista, sostenible, libre y basada en el desarrollo. Es más, que todo el mundo debería tener una voz en la cultura, una voz que se pueda oír y escuchar, de manera igualitaria y sin prejuicios. Es en la conjunción de estos valores que surge el movimiento cultural independiente en Europa, donde las creencias se convierten en acción a través de procesos artísticos. Estas acciones tienen lugar en el vacío que muchas veces existe entre los ciudadanos y el estado, entre la explotación económica y las comunidades, entre el desarrollo cultural y el consumismo. Se trata de manifestar estos valores allá donde el statu quo político o social no haya asumido responsabilidad, no haya actuado, o esté activamente opuesto a la democracia cultural. Los centros culturales independientes son frecuentemente un punto de encuentro para tratar los temas que afectan a los ciudadanos, ofreciendo plataformas desde las cuales buscar formas no convencionales para desarrollar la sociedad a nivel local y global, y hacerlo de forma creativa, pacífica y sostenible.
Este conflicto, que se puede resumir como el que existe entre las iniciativas ciudadanas y los intereses particulares, además de no ser nada nuevo tiene un trasfondo y una historia. Este conflicto existe desde hace más de 200 años, desde el comienzo de la Revolución Industrial cuando las ciudades empiezan a crecer y extenderse. Al mismo tiempo que la gente comienza a reaccionar en contra de los terribles abusos sufridos por los trabajadores de los nuevos centros de industria, surgen colectivos de derechos de trabajadores y sindicatos que luchan por condiciones mejores y un mejor futuro para sus hijos. De esta necesidad nacen las casas culturales, construidas, fundadas y gestionadas por las primeras organizaciones obreras a principios del siglo veinte. Estas ‘casas del pueblo’ aparecen en casi todas las ciudades europeas, y aportan centros de educación, sanidad, solidaridad, diversión y expresión socio-cultural. El número de centros va creciendo desde más o menos el año 1890 hasta comienzos de la segunda Guerra Mundial y se conocen por distintos nombres en distintos países: por ejemplo, en los países escandinavos se les llama ‘Folkets Hus’ mientras en España se les conoce como Casas del Pueblo o Ateneus.
Aceleramos hasta los años sesenta y nos encontramos con una generación posguerra con ideas radicales y valores alternativos al statu quo, liderados por revolucionarios que escriben poemas, cantan canciones y realizan películas. Excluidos de los espacios convencionales y buscando lugares para sus actividades, dan paso a espacios que se conocen como ‘laboratorios de arte’ o ‘centros de artes’ y que reflejan la preocupación que siente esta generación por la paz, la igualdad, el amor y el cambio a través de la creación artística. Muchas de las antiguas ‘casas del pueblo’ acogen estas nuevas actividades, mientras que otros centros se establecen en comunas rurales y urbanas, casas okupadas y espacios privados.
Al tiempo que la década de los sesenta da paso a la de los setenta, la realidad pos-industrial afecta con dureza muchas comunidades. Fábricas basadas en mano de obra intensiva cierran y los puertos marinos se adaptan a la mecanización y el transporte de containers. Los barrios de clase obrera se encuentran abandonados y luchando por sobrevivir; comunidades enteras corren el peligro de desaparecer. Sin embargo, con este cambio en la sociedad también llegan ideas y acciones nuevas, destacando entre ellas el momento en que la contracultura de los 60 se alía con el colectivo obrero. De esta unión emergen nuevos movimientos: Community Arts (Artes comunitarias) en las islas británicas y Cultural Democracy (Democracia cultural) en los Estados Unidos. Paralelamente con la lucha por la igualdad social y económica, los ciudadanos buscan un reconocimiento de sus historias y sus sueños, y surge una nueva ola de centros independientes por Europa, irónicamente muchos de ellos ocupando las fábricas y naves abandonadas con el ocaso de la era industrial.
Y esto me lleva al siguiente punto sobre política cultural y las políticas que nos afectan tanto históricamente como hoy en día. Los enfrentamientos a los cuales hemos sido testigos por todo el mundo, ya sea Occupy Wall Street, los Indignados en España, o las protestas de Taksim Gezi Park en Turquía son el resultado de los mismos temas culturales de hace más de 200 años. El contexto o la situación específica local puede cambiar pero si se contempla en plano general el tema es el mismo: los derechos de los ciudadanos contra los mismos intereses y poderes que llevaron a la creación de los sindicatos y las ‘casas del pueblo’ en 1900. Esto es el trasfondo de porqué existen los centros culturales independientes y como son tratados por los creadores de políticas y las élites del poder.
En términos contemporáneos, un momento clave en la política cultural se puede identificar con las iniciativas de Margaret Thatcher en Inglaterra en los ochenta, de donde emanó este concepto de industrias culturales o de creación que hoy nos afecta a todos de varias maneras. Para entender estos cambios de política, podemos enfocar el año 1984 cuando Lord Gowrie, el Ministro para las Artes del gobierno de Thatcher, supervisó la publicación de un documento del Consejo de Artes titulado ‘Las Glorias del Jardín’. Las Glorias del Jardín, que a simples vistas parecía querer redistribuir la financiación para las artes hacia las regiones, también solicitaba un mayor esfuerzo en encontrar beneficios de taquilla, público y patrocinio empresarial para las artes. En realidad, lo que esto representaba era el punto de vista del partido Conservador de lo que deberían simbolizar las artes y cómo se deberían de financiar, que era el siguiente: sólo la excelencia que posicionara a Gran Bretaña como líder mundial en las artes merecía apoyo, y el sistema tipo estado de bienestar que hasta entonces financiaba la cultura debía ser deconstruido a favor de un nuevo modelo económico. Este modelo lo refinaría más adelante Tony Blair, con sus industrias creativas.
Para implementar este manifiesto, la política de financiación de las artes de Thatcher se basaba únicamente en proporcionar dinero a los ‘centros de excelencia’. Esto fue también una jugada política ya que desde los años sesenta habían aparecido muchos centros y laboratorios de artes por todo el país, que eran espacios interculturales, multidisciplinares y polivalentes, enraizados en sus comunidades, casi siempre de clase obrera y, por definición, políticamente de izquierdas. En sí, estos centros representaban las preocupaciones, esperanzas y necesidades de los ciudadanos. Como sus homólogos de 100 años antes, estos centros de arte comunitarios ofrecían oportunidades a sectores de la ciudadanía que no solían tener mucho acceso a este tipo de actividades, como por ejemplo los marginados, las minorías o gente de diferentes etnias. Valorizando el proceso creativo, estos centros eran libres y abiertos, y combinaban la creatividad con una agenda social más amplia. Y al decir ‘agenda social’ me refiero a reconocer y apoyar que toda la población tiene derecho a una expresión cultural. Y cuando digo ‘una expresión cultural’ no me refiero a visitar galerías y museos. Hablo de la capacidad y los medios reales para expresarse creativamente; que se puedan escuchar voces diferentes y que se les otorgue el mismo valor en la sociedad, en lugar de limitarse a la clase predominante y los estilos de arte que representa esta clase, las artes llamadas de patrimonio: la música clásica, la ópera, el ballet, las bellas artes, las obras de Shakespeare, etc. Las políticas de Thatcher exigían una especialización, por ejemplo en teatro o en danza, y esto significaba la exclusión de una gran cantidad de gente y poner el enfoque en la disciplina en sí, no en el desarrollo cultural. Esto también significaba contratar especialistas y no activistas, si se quería mantener la financiación. Muchos espacios cerraron y muchos cambiaron para no perder sus subvenciones. El radicalismo del movimiento de artes comunitarias se fue diluyendo y los ciudadanos perdieron muchas posibilidades de desarrollarse a través de las artes y la cultura, y al mismo tiempo, la autonomía que esto conlleva.
El otro aspecto de la política de Thatcher era el económico, y aquí nos encontramos con los primeros esbozos de la idea de las industrias culturales, industrias creativas o la economía creativa, que se basa en los resultados económicos y destruye la idea de que la creatividad pueda afectar el cambio social, cultural, comunitario o democrático en la sociedad. Fue un cambio de política que dejó atrás el estado de bienestar y la democracia social y puso el énfasis en el capitalismo, marcando el crecimiento del consumismo como la visión cultural del futuro.
Esta perspectiva de la cultura como artículo de lanzamiento para el desarrollo económico se mantiene durante los últimos 20 años y todavía se expone en las ciudades como el camino a seguir. A día de hoy, las iniciativas populares se excluyen de cualquier planificación urbana o de barrio. Si hay consultas o invitaciones a la participación ciudadana, normalmente se trata de un ejercicio de relaciones públicas. El punto de partida para el desarrollo de cualquier región, ciudad, o proyecto debería ser siempre el ciudadano: construir sobre las historias locales, las comunidades, las ONG’s y las iniciativas populares. El apoyo debería ser estimulante, cuidadoso e inclusivo. El carácter local y las particularidades de cada lugar y su gente deberían ser la base; y la igualdad cultural, la metodología a seguir. Todos tienen el derecho a ser valorados, de tener un voto en el desarrollo de la comunidad o del lugar y de tener voz en el futuro de ese lugar.
Pero esto no ocurre casi nunca, como podemos ver históricamente y en la fase más reciente del desarrollo cultural independiente. Cuando la gente se reunió en el Ateneu Santboià (Sant Boi del Llobregat – Barcelona), en junio del 2013 para la conferencia internacional ‘Ens toca! Recuperando el espacio público a través de la cultura’, los temas tenían un parecido inquietante con el debate original que llevó a la construcción de ese mismo Ateneu a finales del siglo diecinueve: la falta de instalaciones para los ciudadanos; la inversión en generaciones futuras; los derechos de los ciudadanos a reunirse en espacios públicos sin temor a la intimidación; la participación democrática en la sociedad; el derecho a un mejor nivel de vida, salud y expresión cultural. Al son de los debates en el Ateneu durante ‘Ens toca!’ quedó claro que esta lucha continúa. Y ¿qué hay de este contexto moderno? ¿Cuáles son los temas y las acciones de hoy y porqué son importantes?
En la siguiente edición de la revista examinaremos los retos y las posibilidades a las que se enfrenta la cultura independiente en estos momentos de cambio.
Sandy Fitzgerald
Nacido en Irlanda, Sandy Fitzgerald tiene más de cuarenta años de experiencia como director, artista y activista en el sector cultural. Ahora es socio de la agencia cultural OLIVEARTE con base en el Reino Unido y es Director de programa en Engine Room Europe, proyecto de la red Trans Europe Halles.
/////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////
CULTURA INDEPENDENT ? ( PART 1). VERSIÓ CATALÀ
Antic Teatre és un centre cultural independent, un de molts a Europa. Però, què significa ser un centre així? i, sobretot, què és la cultura independent?
La resposta es troba en els valors defensats per aquests centres, ja que representen la idea que la cultura hauria de donar suport a una societat pluralista, sostenible, lliure i basada en el desenvolupament. És més, que tothom hauria de tenir una veu en la cultura, una veu que es pugui sentir i escoltar, de manera igualitària i sense prejudicis . És en la conjunció d’aquests valors que sorgeix el moviment cultural independent a Europa, on les creences es converteixen en acció a través de processos artístics. Aquestes accions tenen lloc en el buit que moltes vegades existeix entre els ciutadans i l’estat, entre l’explotació econòmica i les comunitats, entre el desenvolupament cultural i el consumisme. Es tracta de manifestar aquests valors allà on l’status quo polític o social no hagi assumit responsabilitat, no hagi actuat, o estigui activament oposat a la democràcia cultural. Els centres culturals independents són freqüentment un punt de trobada per tractar els temes que afecten els ciutadans, oferint plataformes des de les quals buscar formes no convencionals per desenvolupar la societat a nivell local i global, i fer-ho de manera creativa, pacífica i sostenible .
Aquest conflicte, que es pot resumir com el que existeix entre les iniciatives ciutadanes i els interessos particulars, a més de no tenir res de nou té un rerefons i una història. Aquest conflicte existeix des de fa més de 200 anys, des del començament de la Revolució Industrial quan les ciutats comencen a créixer i estendre’s. Al mateix temps que la gent comença a reaccionar en contra dels terribles abusos soferts pels treballadors dels nous centres d’indústria, sorgeixen col·lectius de drets de treballadors i sindicats que lluiten per condicions millors i un millor futur per als seus fills. D’aquesta necessitat neixen les cases culturals, construïdes, fundades i gestionades per les primeres organitzacions obreres a principis del segle vint. Aquestes ‘cases del poble’ apareixen en gairebé totes les ciutats europees, i aporten centres d’educació, sanitat, solidaritat, diversió i expressió sociocultural. El nombre de centres va creixent des de més o menys l’any 1890 fins a inicis de la segona Guerra Mundial i es coneixen per diferents noms en diferents països: per exemple, als països escandinaus se’ls diu ‘Folkets Hus’ mentre a Espanya se’ls coneix com Cases del Poble o Ateneus.
Accelerem fins als anys seixanta i ens trobem amb una generació postguerra amb idees radicals i valors alternatius a l’status quo, liderats per revolucionaris que escriuen poemes, canten cançons i realitzen pel·lícules. Exclosos dels espais convencionals i buscant llocs per a les seves activitats, donen pas a espais que es coneixen com ‘laboratoris d’art’ o ‘centres d’arts’ i que reflecteixen la preocupació que sent aquesta generació per la pau, la igualtat, l’amor i el canvi a través de la creació artística. Moltes de les antigues ‘cases del poble’ acullen aquestes noves activitats, mentre que altres centres s’estableixen en comunes rurals i urbanes, cases okupades i espais privats.
Al mateix temps que la dècada dels seixanta dóna pas a la dels setanta, la realitat post- industrial afecta amb duresa moltes comunitats. Fàbriques basades en mà d’obra intensiva tanquen i els ports marins s’adapten a la mecanització i el transport de contenidors. Els barris de classe obrera es troben abandonats i lluitant per sobreviure; comunitats senceres corren el perill de desaparèixer. No obstant això, amb aquest canvi en la societat també arriben idees i accions noves, destacant entre elles el moment en què la contracultura dels 60 s’alia amb el col·lectiu obrer. D’aquesta unió emergeixen nous moviments: Community Arts (Arts comunitàries) a les illes britàniques i Cultural Democracy (Democràcia cultural) als Estats Units. Paral.lelament amb la lluita per la igualtat social i econòmica, els ciutadans busquen un reconeixement de les seves històries i els seus somnis, i sorgeix una nova onada de centres independents per Europa, irònicament molts d’ells ocupant les fàbriques i naus abandonades amb l’ocàs de l’era industrial .
I això em porta al següent punt sobre política cultural i les polítiques que ens afecten tant històricament com avui en dia. Els enfrontaments als quals hem estat testimonis arreu del món, ja sigui Occupy Wall Street, els Indignats a Espanya, o les protestes de Taksim Gezi Park a Turquia són el resultat dels mateixos temes culturals de fa més de 200 anys. El context o la situació específica local pot canviar però si es contempla en pla general el tema és el mateix: els drets dels ciutadans contra els mateixos interessos i poders que van portar a la creació dels sindicats i les ‘cases del poble’ al 1900. Això és el rerefons del perquè existeixen els centres culturals independents i com són tractats pels creadors de polítiques i els poderosos, les elits del poder.
En termes contemporanis, un moment clau en la política cultural es pot identificar amb les iniciatives de Margaret Thatcher a Anglaterra als vuitanta, d’on va emanar aquest concepte d’indústries culturals o de creació que avui ens afecta a tots de diverses maneres. Per entendre aquests canvis de política, podem enfocar l’any 1984 quan Lord Gowrie, el ministre per a les Arts del govern de Thatcher, va supervisar la publicació d’un document del Consell d’Arts titulat ‘Les Glòries del Jardí’ . Les Glòries del Jardí, que a primera vista semblava voler redistribuir el finançament per a les arts cap a les regions, també sol·licitava un major esforç en trobar beneficis de taquilla, públic i patrocini empresarial per a les arts. En realitat, el que això representava era el punt de vista del partit Conservador del que haurien simbolitzar les arts i com s’haurien de finançar, que era el següent: només l’excel·lència que posicionés a la Gran Bretanya com a líder mundial en les arts mereixia suport, i el sistema tipus estat de benestar que fins llavors finançava la cultura havia de ser deconstruït a favor d’un nou model econòmic. Aquest model el refinaria més endavant Tony Blair, amb les seves indústries creatives.
Per implementar aquest manifest, la política de finançament de les arts de Thatcher es basava únicament en proporcionar diners als ‘centres d’excel·lència’. Això va ser també una jugada política, ja que des dels anys seixanta havien aparegut molts centres i laboratoris d’arts per tot el país, que eren espais interculturals, multidisciplinars i polivalents, arrelats en les seves comunitats, gairebé sempre de classe obrera i, per definició, políticament d’esquerres. En si, aquests centres representaven les preocupacions, esperances i necessitats dels ciutadans. Com els seus homòlegs de 100 anys abans, aquests centres d’art comunitaris oferien oportunitats a sectors de la ciutadania que no solien tenir molt accés a aquest tipus d’activitats, com ara els marginats, les minories o gent de diferents ètnies. Valorant el procés creatiu, aquests centres eren lliures i oberts, i combinaven la creativitat amb una agenda social més àmplia. En dir ‘agenda social’ em refereixo a reconèixer i donar suport al fet que tota la població tingui dret a una expressió cultural. I quan dic ‘una expressió cultural’ no em refereixo a visitar galeries i museus. Parlo de la capacitat i els mitjans reals per expressar-se creativament, que es puguin escoltar veus diferents i que se’ls atorgui el mateix valor en la societat, en lloc de limitar-se a la classe predominant i els estils d’art que representa aquesta classe, les arts dites de patrimoni: la música clàssica, l’òpera, el ballet, les belles arts, les obres de Shakespeare, etc. Les polítiques de Thatcher exigien una especialització, per exemple en teatre o en dansa, i això significava l’exclusió d’una gran quantitat de gent i posar el focus en la disciplina en si, no en el desenvolupament cultural. Això també significava contractar especialistes i no activistes, si es volia mantenir el finançament. Molts espais van tancar i molts van canviar per no perdre les seves subvencions. El radicalisme del moviment d’arts comunitàries es va anar diluint i els ciutadans van perdre moltes possibilitats de desenvolupar-se a través de les arts i la cultura, i al mateix temps, l’autonomia que això comporta .
L’altre aspecte de la política de Thatcher era l’econòmic, i aquí ens trobem amb els primers esbossos de la idea de les indústries culturals, indústries creatives o l’economia creativa, que es basa en els resultats econòmics i destrueix la idea que la creativitat pugui afectar el canvi social, cultural, comunitari o democràtic en la societat. Va ser un canvi de política que va deixar enrere l’estat de benestar i la democràcia social i va posar l’èmfasi en el capitalisme , marcant el creixement del consumisme com la visió cultural del futur .
Aquesta perspectiva de la cultura com article de llançament per al desenvolupament econòmic es manté durant els últims 20 anys i encara s’exposa a les ciutats com el camí a seguir. A dia d’avui, les iniciatives populars s’exclouen de qualsevol planificació urbana o de barri. Si hi ha consultes o invitacions a la participació ciutadana, normalment es tracta d’un exercici de relacions públiques. El punt de partida per al desenvolupament de qualsevol regió, ciutat, o projecte hauria de ser sempre el ciutadà: construir sobre les històries locals, les comunitats, les ONG’s i les iniciatives populars. El suport ha de ser estimulant, acurat i inclusiu. El caràcter local i les particularitats de cada lloc i la seva gent haurien de ser la base, i la igualtat cultural, la metodologia a seguir. Tots tenen el dret a ser valorats, de tenir un vot en el desenvolupament de la comunitat o del lloc i de tenir veu en el futur d’aquest lloc.
Però això no passa gairebé mai, com podem veure històricament i en la fase més recent del desenvolupament cultural independent. Quan la gent es va reunir a l’Ateneu Santboià (Sant Boi del Llobregat – Barcelona), el juny del 2013 per la conferència internacional ‘Ens toca! Recuperant l’espai públic a través de la cultura’, els temes tenien una semblança inquietant amb el debat original que va portar a la construcció d’aquest mateix Ateneu a finals del segle dinou: la manca d’instal·lacions per als ciutadans, la inversió en generacions futures; els drets dels ciutadans a reunir-se en espais públics sense por de la intimidació, la participació democràtica en la societat, el dret a un millor nivell de vida, salut i expressió cultural. Pel contingut dels debats a l’Ateneu durant ‘Ens toca!’ va quedar clar que aquesta lluita continua. I què hi ha d’aquest context modern? Quins són els temes i les accions d’avui i perquè són importants ?
En la següent edició de la revista examinarem els reptes i les possibilitats a les quals s’enfronta la cultura independent en aquests moments de canvi .
Sandy Fitzgerald
Nascut a Irlanda, Sandy Fitzgerald té més de quaranta anys d’experiència com a director, artista i activista al sector cultural. Ara és soci de l’agència cultural OLIVEARTE amb base al Regne Unit i és Director de programa en
Engine Room Europe, projecte de la xarxa Trans Europe Halles.
////////////////////////////////////////////////////////////////////////
INDEPENDENT CULTURE? (Part 1). ENGLISH VERSION
Antic Teatre is an independent cultural centre, one of many across Europe. But what does it mean to be such a centre and, indeed, what is independent culture?
The answer lies in the values such places uphold, representing, as they do, the idea that culture should support a pluralistic, sustainable, free and developmental society. More, that everyone should have a voice in culture, a voice that should be heard and listened to, on an equal basis and without prejudice. It is the coming together of these values that makes for an independent cultural movement in Europe, where belief turns into action through artistic processes. These actions take place in the vacuum that often exists between citizens and the state, between economic exploitation and communities, between cultural development and consumerism. It is about making these values manifest, where the political or social status quo has failed to take responsibility, failed to act or is actively opposed to cultural democracy. Independent cultural centres are often a rallying point for issues that confront citizens, offering platforms to challenge convention around how we develop our society on a local and a global level and how we do this creatively, peacefully and sustainably.
There is a history and background to this struggle, which can be characterised as taking place between citizens’ initiatives and vested interests and it is not new. This struggle can be traced back over 200 years, to the beginning of the Industrial Revolution when cities began to grow and expand. As people reacted to the appalling abuse of those who laboured in the newfound centres of industry, workers’ rights collectives and unions were formed to fight for better conditions and a better future for their children. Cultural houses emerged out of this necessity, built, funded and run by the first workers’ organisations circa 1900. These ‘people’s houses’ appeared in almost every European city, providing centres of education, health care, solidarity, entertainment and social and cultural expression. These centres grew in ever increasing numbers from about 1890 to the beginning of the Second World War and were known by different names in different countries, for instance in Scandinavia they were christened ‘Folkets Hus’, whereas in Spain they were called Casa del Pueblo or Ateneus.
Fast forward to the 1960s and we find a post war generation with radical ideas and alternative values to the status quo, led by revolutionaries who wrote poems, sang songs and made films. Excluded from mainstream venues and looking for places to house and their activities, spaces known as ‘arts labs’ or ‘arts centres’ sprang up, reflecting this generation’s preoccupation with peace, equality, love and change through the power of artistic creation. Many of the old ‘people’s houses’ became a home for these new activities, while additional centres were created in rural and urban communes, squatted houses and private spaces.
As the 1960s gave way to the 70s, the post-industrial reality hit many communities hard. Labour intensive factories closed and seaports changed from manual work to container transport. Working class neighbourhoods found themselves abandoned and struggling to survive. Whole communities were in danger of bring destroyed. However, with this great shift in society there could also be found new ideas and actions and no more so than where the 1960s counterculturalists intersected with working class advocacy. For instance, this marriage resulted in a movement called Community Arts in the British Isles and Cultural Democracy in the United States. Again alongside the struggle for social and economic equality, citizens also looked to have their stories and dreams recognised and a new wave of independent centres emerged across Europe, ironically many of them inhabiting factories and warehouses abandoned because of the decline of the industrial age.
And this brings me onto my next point about policy and the policies that we have to deal with, both historically and today. The confrontations that we have witnessed around the world, be it Occupy Wall Street, the Indignados in Spain, or the Taksim Gezi Park protests in Turkey, are the result of these same cultural issues that have maintained for over 200 years now. Contexts and local situations may change but if you look at the bigger picture, this is about citizens rights pitted against the same powerful interests that gave rise to unions and the ‘people’s houses’ back in 1900. This is the backdrop to how independent cultural centres come into being and how they are treated by policy makers and cabals of power.
In contemporary terms, a key moment for cultural policies can be traced back to initiatives taken by Margaret Thatcher in the 1980s in England, where this idea of the cultural or creative industries originated and which we are all living with today, in various forms. A good place to start understanding these policy shifts is when, in 1984, Margaret Thatcher’s Minister for the Arts, Lord Gowrie, oversaw the publication of an Arts Council document called ‘The Glory of the Garden’. The Glory of the Garden, which on the surface aimed to redistribute arts funding towards the regions, also called for a drive towards bigger box office income, more patronage and more business sponsorship for the arts. What this really represented was a manifesto for the Tory Party’s view of what the arts should symbolise and how they should be funded, which was: only excellence that personified Britain as a world leader in the arts should be supported and the welfare state type of funding for culture was to be dismantled in favour of a new economic model. This model was later refined by Tony Blair into the creative industries.
To implement this manifesto, Thatcher’s arts funding policy was to only give money to ‘centres of excellence’. This was also a political move because since the 1960s a lot of arts centres and arts labs had grown up around Britain and represented intercultural, multi-disciplined, multi-use spaces, embedded in their local community, usually working class and politically to the left by definition. In their very nature, these centres symbolized citizens’ concerns, hopes and needs. Like their counterparts of 100 years earlier, these community arts centres offered opportunities often denied to a wide range of citizens, be they, for instance, disadvantaged, minorities or of different ethnic backgrounds. Valuing the process of creation, these centres were free and open, and engaged creativity with a wider social agenda. And by social agenda I mean support and recognition for all of the population to have a voice in culture. And by ‘having a voice in culture’ I don’t mean going to galleries and museums. I mean actually having the means and the capacity for people to express themselves creatively: that different voices would be heard and valued equally in society and not just the predominant class and the predominant art forms that represent that class, the so called heritage arts – classical music, opera, ballet, fine art, Shakespeare and the like. Thatcher’s policy demanded that you specialise, in say theatre or opera or dance, and this meant you had to basically exclude a lot of people and focus on the art form, not cultural development. This also usually meant bringing in specialists rather then activists, if you wanted to keep your funding. Many places closed and many changed, in order to retain their grants. The radicalism was drained away from the community arts movement and the citizens lost a lot of their possibilities for developing through arts and culture and the empowerment that comes with this possibility.
The other side of Thatcher’s policies was the economic aspect and here we find the beginnings of this idea for cultural industries, creative industries or the creative economy, which focuses on economic outcomes and destroys the idea that creativity could affect change in society on the social, cultural, communal or democratic levels. It was a policy shift that moved away from the welfare state and social democracy and shifted the emphasis to capitalism and marked the rise of consumerism as the cultural vision of the future.
This view of culture, as a loss-leader for economic development, has persisted throughout the last 20 years and is still embraced by cities, as the way forward. Still grassroots initiatives are written out of any future planning for a neighbourhood or a city. If there are consultations or invited participation it is usually no more than a Public Relations exercise. The place to start with the development of any region, city or project should be the citizen: to build on the local histories, communities, the NGOs and the grassroots initiatives. Support should be nurturing and careful and inclusive. The local character and uniqueness of a place and a people should be the starting point and cultural equality should be the methodology. Everyone has the right to be valued, to have their stake in the development of community and a place and to have a voice in the future of that place.
But this is rarely the case, as can be seen over history and in the latest phase of independent cultural development. When people met in the Ateneu Santboià (Sant Boi del Llobregat – Barcelona), in June 2013 for the international conference ‘Ens Toca! Reclaiming Public Space Through Culture’, the issues were eerily similar to the original discussions that led to the building of that Ateneu in the first place back in late 19th century: the lack of facilities for citizens; investment in future generations; the rights of citizens to gather in public places without fear of intimidation; democratic participation in society; the right to a better quality of life, health and cultural expression. As the speakers and debates echoed through the Ateneu during ‘Ens Toca!’, it was clear these struggles continue. And what of this modern context? What are the issues and actions that are taking place today and why is it important?
In the next issue we will look at the challenges and possibilities facing independent culture in this moment of great change.
Sandy Fitzgerald
Irish born Sandy Fitzgerald has over forty years experience as a manager, artist, and activist in the cultural sector. Currently he is a partner in the UK based cultural agency OLIVEARTE and is Programme Manager for the Trans Europe Halles project Engine Room Europe.