El huevo cómo baila

humpty-dumpty

En Barcelona, por  la fiesta del Corpus (es difícil entender esta festividad; parece que tiene algo que ver con la Eucaristía, pero vaya usted a saber; he mirado en wikipedia y ha sido casi peor, por lo visto se celebra siempre “el jueves que sigue al noveno domingo después de la primera luna llena de primavera del hemisferio”, mejor lo dejamos ahí ) se celebra L’ou com balla. Consiste en lo siguiente: se engalana una fuente y se coloca un huevo en el chorro del surtidor. El huevo se queda allí arriba, gira que te gira, durante varios días. I prou . Por fin he conseguido ver L’ou com balla en directo, después de tantos años de vídeos robados en youtube.

La cosa parece que viene de la Edad Media: un juego, una conmemoración de la llegada de la primavera y el renacer de las criaturas. El huevo baila y sube y baja, y dan ganas de encender un radiocassette y que suene rumba, Caramelos Caramelos Caramelos de Los Amaya.

En su libro Carcelona, necesaria revisión a la política y cultura barcelonesas de las últimas décadas, Marc Caellas acusa al Ou de ser “una tontería”, un “ceremonial absurdo” y un “falso huevo”. Marc dice que el Ou es la perfecta metáfora de la espectacularidad naïf y vacua que se ha apoderado de la ciudad. Pero él habla desde la comodidad, desde una ciudad que ya tiene un huevo que baila. Si viviera en una ciudad que no tiene un huevo que baila, se regocijaría como yo ante las volteretas del huevo.

Da igual el “truco”; no por conocer el motivo por el cual el huevo flota (está vaciado y sellado) deja de tener gracia. El huevo es enigmático y filosofal, eso lo sabemos todos. Humpty Dumpty, ese huevo del cancionero inglés, se sienta en lo alto de un muro: ya sabemos que caerá, es la mayor síntesis de la fragilidad que puede darse. Ningún caballo del rey y ningún hombre del rey pudo volver a unir los trozos de Humpty Dumpty, concluye la canción. Cuando Lewis Carroll pone a Humpty Dumpty a discutir de lógica con Alicia sabe perfectamente que nos vamos a volver locos. Para empezar, Humpty no sabe si lo que lleva es un cinturón o una pajarita. Humpty debería estar satisfecho con su redondez, conformarse con su naturaleza que es arquitectónicamente perfecta, pero algo lo lleva a sentarse en lo alto de un muro. Filosofía para la palma de la mano, sí; pero esa inocencia del huevo es incontestable. Y, de hecho, que cada año, en el patio de la catedral de Barcelona, un sacerdote coloque ceremoniosamente un huevo en lo alto de un surtidor me parece de lo más carrolliano que puede ocurrir en nuestro planeta.

 

 

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