Barcelona no se considera tierra volcánica, pero seguramente el Montjuïc es un volcán. Tiene toda la pinta. Además, en su ladera está la Real Societat de Tenis Pompeia, de la que fue conserje Josep Pla. También hubo un grupo de música, Pompeia, que se extinguió misteriosamente.
En el Barrio Gótico de Barcelona estaba el monte Taber, sobre el que los romanos edificaron Barcino. Lo mejor del Gótico se encuentra al entrar en el Centro Excursionista de Cataluña: en el patio, encajadas dentro de la manzana de casas, tres columnas del templo de Augusto. ¡Tachán! Es como si la manzana de casas se hubiera comido al templo y todavía tuviera el esqueleto en la barriga.
Si trazas una línea entre el club de tenis Pompeia, el lugar en el que el grupo Pompeia ensayó por última vez y el templo de Augusto, te queda, en el centro del triángulo, la librería Calders.
Allí presentaremos Los primeros días de Pompeya. Me acompañan Marc Caellas como maestro de ceremonias, y Rubén Ramos, miembro de Pompeia, con una propuesta creada a partir de su lectura de la novela. La breve pieza de piano y proyecciones se llamará Pompeia Soler.
Los primeros días de Pompeya es una novela dedicada a Madrid. Quería hablar de fantasmas y ciudades casino y prostitución y catástrofes inminentes. Pompeya funcionaba como fantasma; intento decir metáfora pero creo que no se trata de eso; era más bien que Pompeya era el hueco que había dejado el cadáver en la ceniza petrificada y Madrid era la estatua que se formaba después de inyectar escayola en el hueco.
Alberto Olmos, que ha editado el libro en Caballo de Troya, dice que siempre le sorprende cómo nos gusta a los escritores madrileños caminar nuestra ciudad una y otra vez, cantar sus paradas de metro, pasear del centro a la periferia y vuelta, no salir de aquí. Sin embargo, a mí me gustaría completar una trilogía, y dedicar un nuevo volumen a Barcelona y otro a Valencia. Si en Los primeros días de Pompeya hay una tal Presidenta muy parecida a Esperanza Aguirre, una supervillana carismática e irresistible, en la novela ambientada en Valencia tendríamos, por supuesto, a Rita Barberá. Me fascina su virilidad clásica con bolso de Louis Vuitton. En el volumen de Barcelona no tengo tan claro quién sería la supervillana, porque Marta Ferrusola me interesa como icono pero no es tan divertida, y tampoco equivale por posición a Esperanza Aguirre y Rita Barberá. Quizá, esta vez, no habría bruja del Este ni del Oeste, sino bruja del Norte, que es buena, y sería (H)Ada Colau. Pero Barcelona se merece estar en esta trilogía porque peleó a muerte con Madrid por Eurovegas: Sheldon Adelson pidió que cambiaran de sitio el aeropuerto de El Prat para poder instalar allí el macrocasino con sus altas torres sin que los aviones le molestaran. De todas formas, a Adelson no le convencía Barcelona, porque le parecía que la playa era una fuerte competidora para las máquinas tragaperras. Así que finalmente se decantó por Madrid, que tiene toda su agua subterránea, con lo cual no hay distracciones para los visitantes más allá de la obligatoria visita al Bernabeu.
En la imagen podéis ver a Eulalia, joven romana, en un cuadro de John William Waterhouse. El otro día pasé por la plaza del Raval donde la tradición dice que le llovieron piedras (pero no era piedra pómez arrojada por el Vesubio, sino por los romanos malos que tenían mucha prisa en dar mártires al cristianismo). Está junto a una iglesia tapiada, la Capella de Sant Llàtzer, la capilla de los leprosos, de los lázaros. Igual que en Los primeros días de Pompeya excavo los espíritus madrileños, hay que recuperar ese lazareto perdido del Raval.
Mientras tanto, nos ponemos a refugio en La Calders. El miércoles 29 a las siete y media.