Presenciado en Antic Teatre (15 de abril de 2023)
Gracias a Luis XIV tenemos este arte civilizado: plies, tendus, jetés… Un momento, ¿Esto es una comedia, una parodia o esta gente baila de verdad? Bueno, como dice su amigo, “bailar es mover el culo”. Mientras hacen ejercicios en la barra, suena una música de un piano clasicote que resulta ser Katy Perry y luego Beyoncé. El público se ríe al reconocer las canciones. También se ríen cuando para descontraer la pelvis, el movimiento acaba siendo un perreo en toda regla. Se ríen bastante, en general. Yo tengo sentimientos encontrados, no sé si me tiene que hacer gracia. Busco en mis recuerdos qué es para mí el ballet. En primer lugar, es parte de una dicotomía: o ballet o judo. Son las dos caras de una moneda: en una hay un tutú, en la otra hay un kimono. Es decir, binarismo.
La mía fue la primera clase del colegio en la que había niñas. Hasta entonces, ellas solo podían ir al colegio de las monjas de enfrente, donde estudiaba mi hermana. Tengo en casa una foto suya con el tutú y el maillot. En mi colegio había judo y deportes de pelota. Pero vamos, me apunté a judo. Tengo algunos recuerdos vagos, sobre todo del primer día. Bajamos a un lugar húmedo junto al salón de actos en el que habían puesto unas colchonetas verdes. Huele mucho a pies. Hay que ponerse el kimono blanco y atarse el cinturón correctamente. Las solapas estan bien reforzadas para que te puedan agarrar por ahí y con una zancadilla, tirarte al suelo: tachi waza. El entrenamiento consiste en esto, pero yo me pongo tieso como un palo para evitar que me tiren. El profesor me dice que me tengo que dejar, pero no lo entiendo, y tampoco me apetece. Esa sensación violenta de caer sobre la colchoneta fría, el aturdimiento del impacto. No termino de pillarle el gusto. Tampoco mi hermana a lo suyo. Mi madre la apuntó porque otra madre le había dicho que con el ballet se les pone un cuerpo precioso a las niñas. En cambio, el judo me sirve a mí para hacerme fuerte y poder defenderme el día de mañana. Tutús versus kimonos.
Por aquella época, ningún padre podía imaginar que el ballet fuese un instrumento de colonización del cuerpo, un sistema represor que impone unos estereotipos de género, raza y clase social y que se sirve del dolor (físico y mental) para conseguir sus fines. El ballet clásico se ha desarrollado a lo largo de la historia en un contexto de desigualdad y exclusión social, y su evolución ha estado determinada por factores como la dominación masculina, la supremacía blanca y la marginación de las minorías étnicas y socioeconómicas. Todo esto edulcorado con tules y sedas rosas.
Creo que no aguanté ni un curso de judo, ni mi hermana de ballet. Desde luego, eran otros tiempos. Me gustaría saber qué hubiese pasado si nos hubiésemos intercambiado, si a esos niños que éramos mi hermana y yo nadie les hubiera indicado qué actividad era apta para cada cual y simplemente nos hubieran depositado en la clase del otro. Quizás todo hubiese sido distinto. No sé qué artículo hubiera escrito entonces.