Hace tiempo que quería escribir este post, pero por falta de tiempo, primero, y por querer hacerlo bien, después, no me había puesto a la tarea. Esto ya me hace pensar en que cuando le damos demasiadas vueltas a cómo y qué escribir en un post pierde la frescura que este formato ofrece.
Hecha esta primera autocrítica, me pongo manos a la obra.
Durante el mes de agosto estuve trabajando en Essen, Alemania, con Xavier Le Roy en la pieza Untitled 2012, una obra de live art dentro de una exposición que formaba parte de la programación del Ruhrtriennale – International Festival of the Arts.
Este es un festival anual, que cada tres años cambia la dirección artística, y que este año se ha abierto por primera vez a otras disciplinas como la danza o las artes visuales, bajo la dirección del artista y compositor Heiner Goebbels.
El festival, con un presupuesto de unos 15 millones de euros, acogía la segunda edición de la mediática exposición 12 rooms / Live Art – Group Show, comisionada por Klaus Biesenbach, director del Moma PS1 y chief curator del Moma de Nueva York, y Hans Ulrich Obrist, co-director de la Serpentine Gallery de Londres y prolífico escritor y comisario. La primera edición de dicha exposición, bajo el nombre de 11 rooms, estuvo acogida el año pasado en el Manchester International Festival, Reino Unido. Este año la exposición constaba de 12 habitaciones, una más, de 5 x 5, con puerta incluida, dispuestas en una de las enormes salas del Folkwang Museum de Essen. Cada habitación era para un artista y la condición impuesta por los comisarios era que tenía que haber una persona (o más) ejecutando la obra y no podía ser el propio artista. Los artistas seleccionados eran, ni más ni menos, los siguientes: Joan Jonas, John Baldessari, Marina Abramoviç, Tino Sehgal, Santiago Sierra, Roman Ondák, Damien Hirst, Xavier Le Roy, Xu Zhen, Allora & Calzadilla, Simon Fujiwara, Lucy Raven y Laura Lima. Sí, la creme de la creme del arte internacional.
Pero como pasa a menudo, no todo lo que brilla es oro, y cuando uno está involucrado en este tipo de proyectos y es consciente de los entresijos y conoce como funciona el backstage de un pollo de estas dimensiones se le caen los huevos al suelo con las políticas del arte a gran escala. Mi intento es dar visibilidad de una situación que se repite a menudo. Artistas mal pagados y explotados, porque ya sabes, son “bailarines, o estudiantes de danza” que para ellos es una gran experiencia trabajar para (muy diferente a trabajar con) grandes artistas como Marina Abramoviç. Y por otro lado, bailarines que no se otorgan el valor (personal y económico) de su trabajo y se bajan los pantalones sin negociar sus condiciones laborales. La crítica es bidireccional. Pero por el lado que me toca, por favor, bailarines y bailarinas, nos podemos querer un poco más y no infravalorizarnos tanto? Tengo la sensación que el rol de bailarín como último escalón dentro del rango artística está tan asumido por nosotros mismos que no hacemos otra cosa que reafirmarlo cada vez que aceptamos un trabajo con unas condiciones pésimas. Y añadiría, incluso a la hora de contestar a la pregunta: A qué te dedicas? Y muchos dudamos… «eh.. bueno… soy bailarín.»
Mucho he aprendido yo de trabajar con Xavier Le Roy, que tiene superado este problema jerárquico y trata a sus colaboradores con respeto y generosidad. Tanto que éramos los únicos que cobrábamos el doble por día trabajado, a parte de incluir transporte, alojamiento y dietas. Sí, queridxs, ahí había gente que venía de Londres o Varsovia, y que no tenía cubierto ni el avión, durmiendo en casa de amigos y comiendo bocadillos porque sino no les daba… Pero trabajaban para Marina Abramoviç, aunque nunca lleguen a conocerla porque estos artistas ya no vienen ni a la inauguración.
Otro tema que quería habla era el del público. Paola Marugán ha expuesto muy bien sus dudas sobre la participación en este post sobre otro festival en Alemania (menudo país, sembradito ha estado este verano!), y el debate que se ha generado en los comentarios está siendo de lo más interesante.
Es curioso como al romper la convención de que la obra artística expuesta en el contexto museístico ya no es un objeto parece que se de rienda suelta a cualquier tipo de comportamiento y/o participación. El abanico es espectacular, desde el abuelo que se sienta contigo una hora a hablar de su maravillosa experiencia en la habitación en la que estás trabajando; la señora que hace terapia porque tiene miedo a la oscuridad; el hombre que se masturba mientras mira la chica haciendo su Mirror check de Joan Jonas (después de que el periódico sensacionalista publicara en primera plana una foto de la chica desnuda bajo el titular: «Peep Show en el museo»); hasta la señora que increpa al performer por no hablar alemán (el problema nacionalista, muy en auge estos días); o la abuela que te pregunta “Are you the art?”, convirtiéndote en objeto de deseo o en mono del zoo -a lo que John Baldessari en su clásico video respondería muy bien; o la perplejidad con la que quedaba el visitante ante la pregunta de Ann Li (una niña de 8 años): what is the difference between sign and melancholia?. Es lo que tiene una exposición mediática de este calibre, donde la gente hace colas para entrar en las habitaciones, como si del Dragon Khan se tratara, con sus hijos hiperexcitados por entrar en las habitaciones para encontrarse después a una chica en pelotas sentada en un sillín de bicicleta contra la pared a dos metros de altura (Luminosity, de Marina Abramoviç) -está claro, una cola genera siempre una expectativa. Pero se olvidaba del potencial que tiene una situación de este tipo para generar diálogo y discurso con los visitantes, algo que para mí era de lo más interesante y de lo que más he aprendido los 10 días que he estado en la habitación de Xavier Le Roy haciendo de visitante profesional estableciendo contacto con el público.
Sigamos. El festival acogía un sinfín de propuestas, la mayoría muy mainstream, pero para alguien que ahora vive en Barcelona, donde no llegan compañías y/o producciones de este tipo, es un placer poder pegarse un atracón así. Mi horario, y mi economía, me permitieron ver la siguientes propuestas:
Europeras I&II de John Cage dirigidas por Heiner Goebbels. Celebrando el aniversario de John Cage, que este año hubiera cumplido sus 100 años, se escenificó por segunda vez la única ópera escrita por este gran compositor; la primera vez fue hace 25 años en la Frankfurt Opera (sí, Alemania también!). Se trata de una colisión de extractos de 128 óperas europeas y 32 decorados en el transcurso de 1 hora y media. Un trajín visual espectacular y un esfuerzo para el oído, que después de leer el libretto y entender la compleja composición, te dejaba perplejo la capacidad de romper con las convenciones de este gran artista. Pero a la vez, también te dejaba perplejo saber que esa producción tenía un presupuesto de 3 millones de euros. Claro que viendo la cantidad de gente en escena y la cantidad de decorados utilizados te alegraba saber que había dado de comer a mucha gente. Más allá de ver el dinero invertido, era alucinante ver el trabajo de los cientos de técnicos que montaban y desmontaban en escena, entre los cantantes, la transparente construcción del evento escénico.
La ópera se presentaba en el Jahrhunderthalle Bochum, una antigua fábrica transformada en centro cultural con varios salas, esta de unos 90 metros de profundidad.
Lecture on Nothing de John Cage, con dirección y actuación del mismísimo Robert Wilson, Bob para los amigos. Siguiendo con el centenario de Cage, se escenificaba este gran texto de Cage por el gran director de teatro neoyorquino. Un gran error. Wilson consiguió destrozar una maravilla de texto, muy zen en su esencia y puesto en escena de una manera exageradamente barroca, literal y fuera de contexto. Creo que otros artistas han sabido generar algo más inteligente con este texto, saliendo de la literalidad y dando un paso más allá produciendo nada. Como la Dance for Nothing de Ezther Salamon.
Boris Charmatz presentó enfant, seleccionada como coreografía del año, estrenada el año pasado en el festival de Avignon, donde había 3 máquinas, 17 niños de entre 6 y 8 años y 9 bailarines en escena. Fascinante era el trabajo que Charmatz había desarrollado con los niños, que en la primera media hora de la pieza eran manipulados por los bailarines como si estuvieran muertos, con ojos cerrados, cuerpos relajados y totalmente confiados. Una muestra maravillosa de cómo trabajar con niños sin tratarlos como inferiores ni meterles en el mundo Disney.
Disabled Theater es la pieza que Jérôme Bel ha elaborado con la compañía de teatro de discapacitados de Zúric HORA. Un retrato a la Bel muy honesto y respetuoso de un grupo social discriminado y apartado. Estar con ellos durante las dos horas que dura el espectáculo es un placer, a muchos niveles. Ojalá alguien la programe en Barcelona y la podáis disfrutar.
Finalmente pude ver el trabajo de Romeo Castellucci / Societas Raffaelo Sanzio hizo con 100 habitantes de Duisburg, en la pieza Folk. En otra fábrica reformada, una piscina hinchable de 40.000 litros de agua caliente, música mística, humo, luz que entra por los ventanales… Una abuela que bautiza a un jóven, el jóven que bautiza a una mujer, la mujer que bautiza a un niño, y así sucesivamente hasta que la iconografía cristiana ataca se representa la Bíblia: los ángeles estampándose contra los ventanales para poder entrar, el traidor que decide no bautizar al siguiente y coge unas tijeras y pincha la piscina (público alrededor de la piscina que entra en pánico y sale corriendo viendo el futuro de ese acto), y tijeras en mano empieza a partir la piscina en dos… 40.000 litros de agua que se derraman por la sala mientras el abuelo que no ha sido bautizado se queda en el centro. La imagen espectacular, pero imposible entrar en el rollo viendo el desperdicio de dinero… lo primero que haces es pensar cuántos ensayos han hecho, y cuántas actuaciones les quedan… a piscina por día, el agua… en fin… el derroche católico-escénico…
Ya no pude ver más cosas, pero el festival aún sigue unos días más. Si estáis por la zona, mirar el programa que seguramente aún quedan cosas muy interesantes por ver.
Teniendo en cuenta Documenta 13 y el Ruhrtriennale, parece que Alemania sí tiene dinero para cultura, especialmente para la alta cultura.
Aquí termina mi crónica alemana.