aimar arriola // aimar pérez galí
junio 2011
___________________Normas del juego del diálogo___________________
- Empieza con una pregunta (aplicable sólo al primero)
- Sigue con una disertación relacionada con el objeto de discusión
- Ciérralo formulando una nueva pregunta a tu compañero/a
Para realizar esta tarea es importante no pensar mucho sobre las palabras que se utilizan, simplemente articúlate sobre el tema en cuestión.
___________diálogo____________
¿Son escribir y bailar la misma cosa? o ¿por qué escribir y bailar SON la misma cosa?
Aimar:
En cuanto a proceso de articulación se podrían encasillar dentro del mismo catálogo de acciones, pero de entrada, impulsivamente, te respondería: no.
Ambas acciones requieren de un ejercicio de organización y articulación puesto que son acciones que comunican, es decir, que exponen, producen; pero no podemos entenderlas de la misma manera puesto que el proceso mental por el que se organizan es muy diferente. Escribir y bailar juegan con códigos diferentes, y por supuesto se pueden influenciar el uno del otro, e incluso a veces el cruce entre ellos genera cosas maravillosas.
Pensando en la pregunta se me vienen reflexiones que me hacen dudar de mi respuesta impulsiva. Obviamente, ser la misma cosa tiene que especificarse un poco más para poder responder acertadamente, pero a mi ya me gusta esta incertidumbre en la pregunta, es lo que me hace ir más allá del sí o el no.
Así pues, buscando parecidos entre escribir y bailar, pensaba en que ambas acciones estructuran el espacio-tiempo, juegan con este concepto, le dan otras connotaciones, proponen nuevas experiencias.
Pero ahora que estoy escribiendo este diálogo, fragmentado de por sí en el espacio y el tiempo, no me considero que esté bailando. Poéticamente, o de manera cursi, podría decir que mis pensamientos están bailando en mi cabeza, pero esto no es otra cosa que pensar. Y bailar es pensar.
Pero ¿Pensar es bailar?
Aimar:
Puede ser… aunque yo no bailo, o bailo poco. ¿Me debería preocupar? Decía Deleuze (creo que era él) que uno no puede pensar si no está en un dominio que excede sus fuerzas, es decir, en cierto estado de fragilidad, de vulnerabilidad. A menudo pienso en que bailar, la exposición pública de un cuerpo que se mueve (perdón por la simplicidad de la definición), es también someterse a un estado extremo de vulnerabilidad: la de la “publicación de uno mismo”, en el sentido de hacer un cuerpo público –y no me refiero al hecho de estar sobre un escenario y llevar más o menos ropa–. Intuyo que algo de todo eso estamos haciendo aquí. Aunque pensar, es decir, la generación y asociación de ideas (disculpas aquí también por lo prosaico de la definición), no necesariamente conlleva su ‘publicación’ (uno no siempre hace público sus pensamientos, se los puede guardar para sí mismo), por eso arriba sugería que bailar y escribir tienen tanto en común (más que lo que pensar y bailar pueden tener). Últimamente me he estado interesando mucho por escritura relacionada con la danza (gracias por señalarme en su día la existencia de la forma ‘textual’ del script coreográfico), y también por escritos de bailarines y coreógrafos. Hay algo en la forma escritural de alguien que baila –las notas de un coreógrafo, por ejemplo– que me interesa, del mismo modo que casi siempre –y esto es una generalidad– me interesa la escritura de un artista que trabaja desde/a través de su cuerpo (aquí pienso en Itziar Okariz). Pienso que este interés tiene que ver con la consciencia sobre la relación cuerpo-escritura de aquel que tiene en su cuerpo su herramienta, con saber que la escritura es en última instancia una prótesis corporal, una extensión técnica del propio cuerpo, y con intuir que un buen escritor no escribe desde “el pensamiento” –en todo caso, pensará escribiendo–, sino que la escritura ha de estar conectada con la textualidad del cuerpo…. Pero volviendo al inicio de mi respuesta, ¿debería preocuparme y bailar más?
Aimar:
Hombre, igual te diría: deja de preocuparte y si te apetece bailar, baila!
Hay esta tradición de pensamiento que pone al teórico como un cerebro pensante cuyo cuerpo es usado para transportar este cerebro a los eventos que le requieren. Muchas veces esta tradición es errónea, aunque muchas otras no; lo veo a menudo en el lounge de cualquier festival, donde la gente se congrega para tomar algo y hablar más distendidamente y los bailarines (en su tradición) se ponen a bailar desenfrenadamente (cosa que me incomoda) y los teóricos hacen un intento torpe de activar su cuerpo físico y mantenerlo al ritmo de la música (lo cual me parece adorable).
Siempre he intentado mantener un ejercicio tanto físico como mental equilibrado, para no acabar como el tenista, con el brazo derecho hiperdesarrollado y el izquierda hiperatrofiado. Así pues, ponte un poco de Beyoncé y menea el cuerpo!
Volviendo a tu reflexión, hay algo de lo que has dicho que me ha interesado mucho puesto que se relaciona con el último trabajo que he desarrollado. Se trata de la vulnerabilidad del cuerpo público. Investigando sobre el concepto de declaración llegamos a la conclusión, o a un cierto anclaje de pensamiento, que declarar algo es exponerte vulnerable en tanto que te estás lanzando a un vacío incierto que se definirá en el momento en el que el otro reciba la declaración. Entendiéndolo así, el bailarín, saliendo a escena, se está declarando, se está haciendo público, se expone vulnerable. Y supongo que el escribir tiene algo de esto también. Ambas acciones entran en el terreno de lo público, de lo vulnerable, de la declaración o lanzamiento.
Pero, ¿no crees que esta posición, aún siendo de extrema vulnerabilidad, es un acto de empoderamiento?
Aimar:
Hablando de vulnerabilidad y empoderamiento, no puedo evitar responderte sin hacer referencia a los sucesos de violencia institucional acontecidos estos últimos días en respuesta a las expresiones colectivas de hartazgo que vienen sucediéndose desde hace unas semanas, y en las que sé que has estado participando –y aquí entramos en un terreno estrictamente personal, pero a sabiendas de que lo personal es político; expresiones provocadas por la ya a duras penas soportable situación de disminución de las libertades, de creciente precarización de la vida y de injerencia del capital en todos los aspectos de la misma, en estrecha complicidad con el poder político. Veo todas esas imágenes de las concentraciones y manifestaciones e irremediablemente pienso en esa capacidad de empoderamiento de los cuerpos vulnerables en su encuentro mutuo de la que hablas… Yo este fin de semana he estado en Sevilla visitando a mi amigo Miguel Benlloch –histórico de la lucha antifranquista, iniciador del movimiento de liberación homosexual en el Estado Español y performer– quien hace poco me hablaba de cómo los acontecimientos de este último mes le han avivado los recuerdos de las luchas anti-Otan de los 80, y del enorme movimiento de base que se creó entonces, en el sentido de la transformación de la rabia en capacidad de acción y en formas de organización –de empoderamiento, vaya–, pero también del desencanto y sensación de derrota de después… Yo en circunstancias como las de estas últimas semanas pienso mucho en la pertinencia de lo que hago, en qué sentido tiene mi quehacer –bueno, mis quehaceres, tendría que decir–, y el único modo de darle cierto sentido y no caer en la desesperación o la impotencia es entendiendo la totalidad de la vida como una acción –esta idea de “la vida como acción” se la debo también a Miguel–, una acción en la que mi principal vehículo (mi arma) será mi cuerpo, no como organismo sino como esa entidad afectiva políticamente competente. Y así, el repertorio de actos de los que mi cuerpo es capaz –moverme, andar, escribir, manifestarme, bailar al son de la última de Beyoncé…– serán partes de una misma acción. Esto tiene algo que ver también con lo que comentabas antes sobre la necesidad de actuar en contra de la distinción teoría/práctica, que tiene que ver con la separación de los ámbitos de acción, con la regularización de lo que uno puede hacer y no, con la normativización de la vida en definitiva, pero para ello recurrías a la idea de “equilibrio”, que a mí siempre me ha resultado un tanto problemática, porque me suena a moderación, simetría y quietud. Como alguien que trabaja con el movimiento, ¿no crees en que la oscilación, el desequilibrio y el titubeo tienen un mayor potencial?
Aimar:
Ah! Gracias!
Efectivamente, ahora que lo leo de nuevo a mi también me chirría el término equilibrio (aunque quizás lo puse por mi subconsciente Libra). En algún otro diálogo reivindicaba lo borroso, puesto que provoca un esfuerzo e incita a la imaginación. En este caso, estoy totalmente de acuerdo en que la oscilación, el desequilibrio y el titubeo tiene un mayor potencial. Pero la belleza de la simetría me sigue fascinando!
Justamente ayer un amigo hizo un comentario en referencia a todo el movimiento 15M que tiene que ver con esta idea: aquello que no es definible es peligroso. Hay algo en el no posicionamiento, en lo indefinible, lo borroso, el desequilibrio que empodera en el momento en que es una decisión consciente.
Alguien me dijo una vez que dar un nombre es poseer. Es una frase que la he dudado muchas veces, pero ahora mismo viendo como los media estan apropiándose de ciertos términos usados por el movimiento me doy cuenta del poder que también da, en este caso en contra, el hecho de definir, dar un nombre.
Solo un inciso: justo antes de ayer, manifestándome delante del Parlament de Catalunya, pensé en la reflexión que haces. Y pensé que estar allí era un gesto vital, un acto de empoderamiento y de vulnerabilidad, una declaración (de amor, me atrevería a decir).
Y establecer un diálogo con alguien, en este caso contigo, también tiene algo de declaración, de vulnerabilidad, de ofrecerse al otro. De algún modo abres tu intimidad al otro, te propones sin saber cómo serás recibido, pero tienes que arriesgarte a lanzar tu pensamiento, y permitir que la respuesta cambie o modifique tu manera de pensar. Y aunque a veces me gustaría posicionarme en un pensamiento claro y definido a menudo lo que me apetece escribirte es toda la navegación que ocurre en mi proceso mental al leerte, que muchas veces es totalmente no lineal e incoherente.
¿Podríamos decir que dialogar es practicar intimidad?
Aimar:
Hay que ver las vueltas que hemos dado para llegar a esto de la intimidad… (o ¿quizás estábamos ya ahí desde un principio?) Te respondo con otro pequeño giro: habitualmente “intimidad” y “privacidad” se utilizan como términos parejos, pero para mí son cosas bien distintas. Las nociones de ‘privacidad’, ‘privado’ y ‘privar’ comparten una misma raíz, y en este sentido, tienen que ver con la compartimentación de lo público, con la delimitación de aquello que puede ser compartido, con la privación, en definitiva, con la negación de lo común. A mí la intimidad en cambio me traslada a ese espacio compartido que se genera entre dos o varias personas, al establecimiento de zonas de confianza –como nosotros aquí–, a las políticas de la amistad, así que visto así, te diría que sí, que el diálogo es un modo de intimidad.
Hay una proposición de Maurice Blanchot que tengo siempre muy presente en la que define la conversación –una tipología del diálogo– como esa forma de producción de discurso imposible de clausurar, un acto siempre compartido, que se fragmenta y se abre al otro en su exteriorización. Y son estas mismas ideas de apertura y fragmento las que me vienen a la cabeza, casi como imágenes, cuando en varias ocasiones a lo largo de esta conversación te refieres a la necesidad de “lanzarse”, de desprenderse de los pensamientos de uno para compartirlos con el otro (eso que a veces también llamas “declarar”).
Volviendo a lo de arriba, me gusta la expresión que utilizas de “practicar intimidad”, en el sentido de “ponerla en práctica”, de ejercitar la creación de esas zonas de lo común que tanto escasean, dando a entender que en el creciente terreno de privatización y compartimentación de todos los aspectos de la vida, es necesario ejercitar la creación de zonas de lo común autónomas. Así que sí, dialogar es precisamente eso, y una de las pocas cotas de libertad que nos quedan.
Cuando me escribiste invitándome a entablar este diálogo contigo también te referías a la intimidad en cuanto que estrategia y como forma. Siendo así, ¿cuántas “formas” de intimidad diferentes eres capaz de enumerar?
Aimar:
Creo que con esta propuesta de Blanchot entiendo más el porqué me gusta tanto el diálogo como forma de generar discurso. Como dices, o dice, es esta imposibilidad de clausurar el discurso lo que me fascina tanto, quizás porque de algún modo crea una cierta accesibilidad, que a veces no encuentro en ciertos textos más académicos, y quizás ahí está el asunto, quizás esos textos tienen algo más privado. No sé, esto es un apunte que se tendría que pensar un poco mejor, pero ahí lo dejo.
En cuanto a enumerar “formas” o maneras de practicar intimidad, se me ocurren unas cuantas y bastante variadas:
la consulta del médico; cocinar con alguien; un diálogo, por supuesto; una relación sexual; un chat; salir a escena; una manifestación; un grupo de lectura; ver una película en compañía; una comida familiar; una sesión de feedback; un skype; ir al mercado (aunque a menudo esto roza el cotilleo!); tocar y ser tocado; saludar a alguien; una operación quirúrgica; etc.
De hecho, el otro día en los vestuarios del gimnasio (un lugar donde, en general, se practica la individualidad) estaba cambiandome al lado de otro señor, y éste, al cabo de un rato, me dice “perdona, que no te he dicho buenos días”. Me descolocó totalmente, de algún modo penetró en mi burbuja individual y se abrió un lugar de intimidad, una zona común autónoma (como dices) y temporal (añadiría). Fue curioso como esa frase tan común abrió todo un espacio de reflexión sobre como participas en la sociedad. Igual ahora soy un poco simplista, pero de algún modo me creó una consciencia que perduró todo el día y desatascó una vía básica de comunicación.
Tu que te dedicas más a una reflexión teórica y/o académica, ¿qué opinas del apunte que he dicho al principio sobre lo privado del texto académico?
Aimar:
Eso que comentas de lo “privado” de ciertos textos apunta hacia una de las batallas clave de las últimas décadas: el poder de saber y la gestión del acceso a ese saber. Es decir, tiene que ver con una tradición de la producción del discurso que se ve a sí misma valedora y gestora de cierta verdad, la que supuestamente encierra todo “texto” –no sólo escritural, sino extensible a la idea de “obra” en sentido amplio. Se trata de un tipo de práctica basada en una concepción sustancialista, “cerrada”, de la obra, y en el uso de un lenguaje igual de privado, opaco por naturaleza, que le permite mantener al “otro” –a aquel que pudiera rebatir su verdad– a una prudencial distancia. El 99% de la crítica de arte, por poner un ejemplo, está aquejada de este mal, y no es otra cosa que el producto del uso “privado” que un sujeto concreto (el crítico) hace de una realidad (la obra de arte). Por poner otro ejemplo, casi todos los Programas y Departamentos de Educación de los museos se basan en esta misma “lógica gestora”, “mediadora”, de una supuesta verdad, de un supuesto saber contenido en la obra de arte que el espectador es incapaz de interpretar sin su mediación. Una gran parte del pensamiento desde los sesenta (desde la recuperación que se dio del formalismo hasta la llamada “estética de la recepción”) ha luchado para desarticular esta actitud paternalista y el subjetivismo característico del arte moderno, esa especie de encierre de la obra en sí misma, desmontando el mito de la privacidad y el autismo típico de las prácticas artísticas. Mucho se ha trabajado desde entonces por la necesidad de instaurar un “lenguaje público”, un hacer cuyas formas integren estructuralmente al receptor. La danza y las prácticas performativas han sido cruciales en todo esto. Esta forma de pensar alcanzaría su esencia, nuevamente, en el espacio de la conversación, pero también en la idea de juego. Las posibilidades del juego, como las de la conversación, son infinitas, y sus logros son siempre provisionales; jugar es siempre “jugar con”, implica participación, los que juegan son participantes y espectadores al mismo tiempo, como en la conversación. Por supuesto que en todo juego, así como en la conversación, hay una serie de “normas”, pero no necesariamente han de entenderse como reguladoras de la conducta, sino que también podemos verlas como espacios de lo común, ámbitos de acción que me afectan a mí y al otro por igual. Entonces, ¿podríamos definir el juego como otra forma de intimidad?
Aimar:
Por supuesto, querido Aimar. Y de hecho me parece extremadamente poético e inspirador pensar en el juego como una forma de intimidad, como esta práctica que nos catapulta a un presente compartido, a participar de esta intimidad con el “otro”.
Me gusta esto que dices de que los logros del juego, como de la conversación, son siempre provisionales, no buscan un anclaje definitivo sino más bien uno que permita avanzar.
De hecho, cuando me invento juegos, siempre pienso en las normas, no como reguladoras de conducta sino como condiciones para que ocurran cosas, creadoras de potencial, digamos. Y me parece muy importante entenderlas así, porque en cualquier momento se pueden modificar para mejorar las condiciones (Change the rules to improve the conditions – como diría un buen amigo mío).
Ahora pensando en este diálogo mismo, casi me atrevería a decir que has desvelado el misterio del juego.
Confieso: me inventé este juego para intimar con otra persona mediante la escritura (entre otras cosas).
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Este diálogo fue escrito para el libro A veces me pregunto por qué sigo bailando, coordinado por Óscar Cornago y editado por Continta me tienes.
Si te apetece leer más diálogos o post-diálogos pincha aquí para ir al blog de este proyecto. Gracias!
Muchas gracias Aimar, que viaje_diálogo mas emocionante…..vaya regalito para esta noche de miércoles .
guapa, me alegro que lo hayas disfrutado, y más en una noche como hoy!
A ver cuando empezamos uno tu y yo… no?