Susan Boyle, ingresada en un psiquiátrico, no consiguió digerir su popularidad súbita – El paso de estar en la cima a la caída se ha acelerado – Hoy la celebridad se confunde con el éxito
WALTER OPPENHEIMER / MÁBEL GALAZ 02/06/2009
En la mañana del sábado 11 de abril de 2009, Susan Boyle era una mujer de mediana edad, sobrada de peso y falta de cultura, bastante fea para los cánones modernos de belleza, que vivía recluida con su gato en un pueblo del sur de Escocia. Esa misma noche seguía siendo todo eso y, además, famosa. Muy famosa.
En la mañana del sábado 11 de abril de 2009, Susan Boyle era una mujer de mediana edad, sobrada de peso y falta de cultura, bastante fea para los cánones modernos de belleza, que vivía recluida con su gato en un pueblo del sur de Escocia. Esa misma noche seguía siendo todo eso y, además, famosa. Muy famosa. De la mano de la televisión primero y de Internet después, su fama saltó todo tipo de fronteras y se convirtió en un fenómeno global. En una semana, más de 20 millones de personas habían visto en YouTube su angélica interpretación de He soñado un sueño, uno de los temas centrales del famoso musical Los Miserables. Su éxito en la Red batió momentos cumbre de la historia del planeta, como la toma de posesión de Barack Obama, el hombre que acabó con el monopolio blanco en la presidencia de Estados Unidos.
Siete semanas después, Susan Boyle ha ingresado en una famosa clínica de la periferia de Londres, especializada en tratar a los famosos que sucumben a las presiones del éxito y se abrazan a las drogas, al alcohol, a las pastillas, o, simplemente, sufren un ataque de nervios. Boyle quedó segunda el sábado en el concurso que la ha hecho famosa, Britain’s Got Talent, el equivalente al español Tú sí que vales.Muchos psicólogos creen que ha sido una suerte para ella no ganar el concurso porque habría sido aún más incapaz de digerir el éxito.
Britain’s Got Talent refleja lo peor de los llamados reality shows. Al igual que Gran Hermano, el programa se reduce a manipular las ansias de alcanzar la fama de gentes vulnerables y a menudo desesperadas. «Cuantas más lágrimas, más humillación, más conflicto y más confusión, más disfruta el público», afirma el psicólogo David Wilson en un artículo en el diario The Daily Mail.
Wilson fue contratado una vez por el Gran Hermano británico pero dejó el programa enseguida. «Los productores me habían asegurado que el programa era un genuino estudio psicológico de la condición humana, pero enseguida me di cuenta de que no había nada de eso. Su verdadera agenda era atraer espectadores fabricando controversia y conflicto. Hablar de estándares éticos era una cortina de humo. No quería participar en algo así y me fui al cabo de una semana. Una similar falta de ética es evidente también en Britain’s Got Talent«, asegura.
Pero pocos tienen el dramatismo del auge y caída de Susan Boyle. Su fama ha sido instantánea y planetaria. Un fenómeno que en menos de dos meses ha sido contemplado 185 millones de veces en Internet. El secreto de su éxito ha sido el contraste entre su descuidada apariencia física y su voz angelical. Esa misma voz en un cuerpo vulgar, o en un cuerpo hermoso, difícilmente habría llamado la atención.
Pero sería ingenuo pensar que el caso de Susan Boyle es meramente espontáneo. Esta mujer escocesa que tiene problemas para expresarse desde que nació porque dejó de recibir oxígeno durante varios minutos al nacer, ha sido víctima de la calculada mercadotecnia que rodea a la llamada telebasura. Su fealdad, su inocencia y su voz la hacían un personaje ideal para programas como Britain’s Got Talent,que detrás de la máscara de la búsqueda de talentos escondidos y de loas a la espontaneidad son el equivalente a las denigrantes ferias de finales del siglo XIX y principios del XX en las que se exhibían personas deformes o que simplemente rompían la media estadística por su escasa altura o su gigantismo. Las Susan Boyle de hoy en día son las mujeres barbudas y los hombres elefante de las barracas de feria en tiempos de nuestros bisabuelos.
Susan Boyle fue manipulada desde que apareció por primera vez en pantalla. Las burlas iniciales de los tres jueces y sus exageradas reacciones de sorpresa eran pura pantomima. ¿Acaso puede alguien creer que no sabían ya que aquella mujer tenía una voz de ángel?
Pero aquel ángel se convirtió en una muñeca rota con el peso de la fama. Fue incapaz de absorber el cambio de vida que se avecinó con el éxito. De pelearse con los adolescentes que se reían de ella en su pueblo pasó a verse perseguida por la prensa sin descanso. Que si se había teñido el pelo, que si se había depilado el bigote, que si había dejado de ser virgen, que si estaba perdiendo la naturalidad, que si la estaban manipulando, que si se le habían subido los humos a la cabeza, que si estaba enamorada de Piers Morgan, uno de los jueces, que si le dio un ataque de celos cuando Morgan alabó a unos de sus rivales en la final, que si se peleó con un grupo de periodistas en un hotel de Londres, que si se encaró con un policía, que si…
Boyle se ha sumado a una larga lista de famosos a los que el éxito ha llevado de alguna manera al desequilibrio. Algunos, sobre todo cantantes, han caminado siempre por la difusa frontera que delimita la cordura, la psicodelia, el hedonismo y la depresión. La cantante Amy Winehouse, por ejemplo, entra y sale de tratamiento con rítmica periodicidad, pero es difícil saber hasta qué punto su romance con el alcohol y las drogas es realmente una consecuencia de la fama. Algunos, como el mítico cantante Kurt Cobain, no pudieron con ese peso y acabaron muriendo de éxito. Otros, en cambio, consiguen sobrevivir porque tienen un entorno que les protege y les evita caer aunque viven como juguetes rotos; son los casos de Maradona y sus problemas con las drogas; Ronaldo y Ronaldinho, siempre al límite buscando un hueco lejos de las favelas en las que nacieron. O Naomi Campbell que ha tomado tanto impulso que alejada, dice, de las drogas, encuentra el estímulo para seguir en la adrenalina que le da el ir y venir, el no parar.
Hay ejemplos de todo tipo de simples humanos a los que la fama no les dio la felicidad o les convirtió de alguna manera en esclavos, o en personas desequilibradas, a veces agresivas, a menudo, dependientes del alcohol, bastantes veces suicidas. Drew Barrymore, la niña de E.T., con nueve años ya era víctima de las drogas y el alcohol, y con 13 años tocó fondo. Tras un intento de suicidio y mucho tiempo de rehabilitación retomó su carrera a mediados de los noventa.
River Phoenix tuvo una infancia peculiar con unos padres muy hippies que se dejaron seducir por el dinero de Hollywood. Comenzó en el cine a los 12 años, y en poco tiempo se convirtió en todo un icono de su generación, con una de las carreras más prometedoras de Hollywood. Con tan sólo 23 años, falleció de una sobredosis en la puerta del local de Johnny Depp The Viper Room.
Macaulay Culkin, el niño de Solo en casa se convirtió en un fenómeno mundial con unos padres que le exprimieron comercialmente. Su carrera se paró cuando se divorciaron e iniciaron una lucha por su custodia. No querían al hijo, querían el negocio de su hijo. Macaulay intentó retomar su carrera, pero su estrella se apagó y fue saltando de un lío a otro: a los 18 años se casó con la actriz Rachel Miner (de la que se divorció al poco tiempo) y en 2004 fue detenido por posesión de drogas. Ahora intenta relanzar su carrera. Un caso parecido al de Haley Joel Osment, el niño de El sexto sentido. Famoso por tan sólo una película vive entre el alcohol y las drogas.
«Todo comienza por la importancia que se da en la cultura actual al hecho de ser famoso. Que te conozcan se ha convertido en éxito», explica Fernando Chacón, presidente del colegio de psicólogos de Madrid. «Te preparan para ganar y si pierdes te crees un fracaso. Pocos, como el tío de Rafael Nadal, responden como él tras perder en Roland Garros cuando dijo: ‘No pasa nada, mañana estaremos bañándonos en la playa de Manacor». A otros no les explican nada como a los niños de Slumdog millionaire, a los que pasean por lujosos salones y hoteles tras ganar el Oscar y luego devuelven a su chabola de la India.
Rosa López es el caso más parecido al de la británica Susan Boyle. En 2001 el recién estrenado Operación Triunfo la consagró a la fama y pasó a ser en sólo unas semanas Rosa de España. Dejó atrás su pueblo de Granada, la tienda en la que asaba pollos y 40 kilos de sobrepeso para lanzarse a Eurovisión. «Vas a ganar» fue la frase que más escuchó. Rosa no ganó y desapareció durante varios meses. La versión oficial es que tuvo un problema en las cuerdas vocales.
En España hay programas de televisión que cuentan con ayuda psicológica para los concursantes antes, durante y después del programa. Abiertamente lo han reconocido Operación Triunfo y Gran Hermano. La opinión de los especialistas también se escucha en las pruebas de selección. «Pero en muchas ocasiones», dice Chacón, «se da prioridad al friqui que va a dar espectáculo que a la persona equilibrada».
En la historia del cine español hay casos claros de los traumas que a veces crea el convivir con la fama: Joselito y Marisol.
El pequeño ruiseñor, título de su primera película, pasó de ser un ejemplo para la juventud de mediados del siglo pasado a enrolarse como mercenario y a ser detenido por un delito de tráfico de cocaína. En el cuartel de la Guardia Civil, José Giménez se identificó a sí mismo como «Joselito, el pequeño ruiseñor«. La luz de la estrella, en este caso, se apagó cuando se hizo mayor y su carrera no evolucionó.
Marisol se dio cuenta del final. Un día se dijo a sí misma que estaba harta de todos y se refugió en su Málaga natal sin dar cuenta a nadie de sus actos. Atrás quedaron los años infantiles en los se había sentido explotada por productores, directores, maridos y suegros, mientras la fama que alcanzaba en la pantalla se revolvía contra su propia libertad. Intentó nuevos caminos artísticos como mujer adulta, pero al final volvió a la tierra de la que salió siendo una cría. Desde entonces, huye de la prensa y no quiere hablar de su vida anterior. Y eso que cuando ella era famosa en muchos casos no había televisión e Internet todavía no se había inventado. Ella se adelantó y se retiró.
Pero si hay un ejemplo de sobreexposición es el de la tertuliana de Telecinco Belén Esteban, que por unos euros hace una radiografía diaria de su vida allí donde la llamen. Vive al límite desde hace tiempo y representa la imagen de esos que se creen triunfadores por salir cada día en la televisión o en estar en la Red.