Pablo Caruana es el periodista (o gacetillero, como a él le gusta presentarse) que en el desaparecido Festival MAPA de Pontós, en el Empordà, dio pie con sus insistentes preguntas a la inamovible respuesta de Isidoro Valcárcel Medina que homenajeamos con el título de todo esto: AHÍ ESTÁ. La imagen escogida para el cartel quiere rendir también un homenaje al jugador de baloncesto Mike Schlegel, quien jugó en el Elosúa León en la temporada 1990-91, al igual que años más tarde lo haría Thompson, el otro jugador que aparece a la izquierda de la imagen. Mike, nacido en Nueva York en 1963, fue un jugador muy estimado por la afición leonesa entre otras razones porque estuvo a punto de eliminar al Madrid en los cuartos de final de la Copa con un triple que los árbitros anularon. Anicet Lavodrama dijo de él que era una especie de fusión entre Larry Bird, Oscar Schmidt y Dennis Rodman. Jugador injustamente valorado en el draft de la NBA, como otros muchos casos similares, en España demostró su calidad con un juego, un estilo y unas estadísticas que llaman la atención. Desgraciadamente Mike Schlegel falleció por culpa de un fulminante cáncer en el año 2009, justo en mitad de la década que abordamos (estos diez años del MUSAC). A partir de todo esto, Pablo Caruana escribe sobre los Mike Schlegel del baloncesto español y sus similitudes (que las hay, y muchas) con nuestros creadores de artes en vivo.
Habrá que empezar por explicar esto del falso 3. En baloncesto hay cinco números específicos que nombran y explican la función en el juego de los cinco integrantes del equipo. El uno, o base, que dirige el equipo; el dos, o escolta, que acompaña al base y abre juego; el tres o alero, que también actúa como los dos anteriores por fuera de la bombilla aunque más escorado y tiene como especialidad el tiro exterior; el cuatro o pivot bajo, que actúa dentro de la bombilla y está más orientado al rebote; y el cinco, o pivot natural, que es lo que llaman los anglosajones center, referente en altura y rebote del equipo. Un falso tres no es alguien que engañe sino aquel que sitúan como alero en un equipo pero que por recursos y forma de jugar también se desempeña con soltura dentro de la bombilla haciendo las veces de cuatro. Un falso tres descompensa las defensas. Ataca a pivot con tiro exterior, destroza aleros cerca de la canasta.
Y ese es el hombre con look setenta total que nos mira desde el cartel. Eso era Mike Schlegel, el número 5 del Elosúa León Basket, un falso tres llegado de Estados Unidos en los ochenta, que pasó por Buenos Aires, recaló en el Trahedi de Oviedo, jugó maravillas durante años en el OAR Clesa Ferrol (qué equipo más bueno tenía esa ciudad hoy fantasma en la que ya no hay ni tan siquiera yonkis) y llegó a León en el año 90 para ayudar a un recién ascendido equipo a la sacrosanta ACB. Dos metros cuatro, ciento diez kilos, versátil, adicto al contrataque, tirador preciso, buen pasador, listo en la cancha, luchador pero sin egos idiotas, siempre en su sitio y con una efectividad y regularidad pasmosa.
Si uno coge la historia de la ACB, que pudiera ser más o menos la de la escena contemporánea española, ve que los paralelismos se vienen a las neuronas como corrientes de electricidad inevitables. La ACB nace en el 84 sustituyendo a la FEB, durante los tres primeros años sigue ganando el Real Madrid la liga con aquellos Martín, Corbalán, Iturriaga, Romay y Biriukov. En teatro, en la capital, triunfa “Bajarse al moro”, el sainete de José Luis Alonso de Santos, ruboriza el montaje sobre transexualidad de Paloma Pedrero, “La llamada de Lauren”, se aplaude a rabiar el “Ay Carmela” de Sanchis Sinisterra. Y, al igual que el Barça se impone en Europa en la Recopa ante el Cibona con clásicos como De la Cruz, Solozábal, Epi, Jiménez o el increíble Mike Davis, en teatro siguen triunfando Els Comediants y Els Joglars, y aparecen futuros “europeizables” como La Fura con su “Accions” o entronizables como Belbel con “Mini.mal”. ¿Se dan cuenta? Todo sigue igual. Podríamos hacer la misma operación con los últimos quince años de baloncesto y teatro en España… No cambiaría mucho el tema.
Esa es la historia de nuestro teatro: poco más. Cojan los libros y lean, estudien lo que quedó. Y esa es la historia de la ACB: la del Madrid y el Barcelona, la de alguna vez que el Estu, la de un Joventut que llegó a una final… Poco más. Nadie hablará de Easy Hollis, helicóptero Hollis que fue el primero que machacó en España, del San Sebastian Askatuak; de David Russell del Estudiantes, que a mí me hizo soñar que Madrid era una sucursal del medio oeste americano que se había perdido en Europa; de los Smith, imparable pareja de los Maristas de Málaga; de Mendiburu del Granollers Cacaolat, falso tres con un juego de pies de otro planeta y capacidad de lucha a rabiar; de Lalo García, continuador de Samuel Puente en el Forum, con un tiro alucinante y defensor de la ética del equipo pequeño, hoy desaparecido, nadie sabe dónde está, acabó arruinado como tantos vallisoletanos por la estafa de la estampita y el sello y parece que le ha podido el enorme peso de haber formado parte de alguna manera de esa tragedia; de Nate Davis del Clesa, máximo anotador de la liga durante dos años y que lo perdimos tras una grave lesión… Pero señores, aquí hay que hacer un meandro.
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Davis se lesiona en el último partido de la temporada contra el Barcelona en 1985, con 32 años. Después de esa lesión Davis desapareció, volvió a USA, nadie lo podía encontrar. Su lesión curó pero nadie sabía que su mujer estaba enferma y al final murió de sida. La lesión de clavícula pasó pero Davis nunca volvió a jugar, se quedó en Estados Unidos, se arruinó con el tratamiento de su mujer y tuvo que recomenzar. Se puso a trabajar de vigilante en una empresa, nadie allí sabía que era Nate Davis, el marciano que revolucionó el basket en España, un jugador de 1,98 capaz de volar como una bailarina, verdadero ídolo en Ferrol. Hasta que lo van a buscar, para un documental y lo llevan de vuelta a Ferrol. Cuando lo encuentran se dan cuenta que durante veinte años Davis no ha hablado con nadie de lo que hizo y lo que fue en España. Le cuentan a su compañero de piso y dice que es que no sabía nada, le cuentan a sus compañeros de trabajo y no sabían nada, le cuentan a sus hermanos y dicen “sabíamos que había jugado en España, poco más”. Davis no habla de ello, duele demasiado. Y cuando lo llevan a Ferrol flipa, Davis flipa con que allí sigue siendo ese hombre que era capaz antes de que la vida lo azotara y dejara a un lado, lo paran por la calle, Ferrol se tiende y adora… Y Davis, flipa y llora. Seguramente si le hubiera preguntado un periodista avezado, comme mois-même, qué significaba todo eso para él, lo que estaba viviendo en Ferrol, seguro que ese negraco de Columbia, Carolina del Sur, al que se le veía disfrutar como un niño jugando al basket, que en el año 85 se paraba a hablar con los viejos, con los niños, con los parados, seguro que hubiera dicho: “Ahí está… ahí está”.
El documental es magnífico, se titula: “Yo vi jugar a Nate Davis”.
Me imagino que algunos pensarán que esto de la metáfora baloncestística la estoy llevando muy lejos… Quizá sí, pero si pueden véanse estos 40 minutos de purita historia y vida de nuestro basket y piensen, hagan sus correlaciones con esa gente magnífica de la escena que por el puto monstruo que es la vida no están encima de un escenario. A mí se me vienen la docena de nombres. Sé que las razones y circunstancias son distintas, sé que muchos los perdimos porque en este país de más de ochocientos teatros de titularidad púbica no hay más de cinco compañías residentes, de esa misma zona, trabajando en ellos; porque no hay manera de resistir, porque el negocio se come el arte, sé que las razones son diferentes, pero el dolor es el mismo.
Así que siguiendo esta deriva metafórica del basket-teatro, en vez de nombrar la escena prefiero decir: Es que el alley oop no lo inventaron Ricky Rubio y Rudy Fernández, lo inventó Carmelo Cabrera y Nate Davis. AHÍ ESTÁ su partido con la mano rota (28 puntos) en que remonta 20 puntos al Ferrol cuando juega en el Valladolid, ahí están sus cincuenta y cinco puntos contra el Real Madrid, sus dos años como máximo anotador en el Clesa Ferrol. Ahí están esos miles de parados de Ferrol yendo a ver basket, yendo cada quince días a ver a un sonriente Davis volando y haciendo maravillas, a las doce y media, con traje de domingo, ilusionados, viendo a un mago… Luego llega la vida y destroza, una lesión, un parto prematuro de su mujer, una traicionera transfusión y el puto bicho. Nate Davis sonriendo siempre, con ofertas multimillonarias de todos los equipos para ganar más, y él quedándose en Ferrol, a punto de nacionalizarse y siempre con discreción. De la cancha a casa, con la mujer muriéndose y una sonrisa, de la casa a la cancha y otra sonrisa. Puro falso tres que hizo los mimbres de ese arte que es el spanish basket. Puñetero basket, efímero como el teatro, apisonadora de tiempo y olvido, como el teatro, lugar por el que van pasando maravillas de soslayo, sin grandes alharacas, que menos mal que quedan en las mentes de quienes les vimos.
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Y sigamos hablando de basket. De ese hoy ido que nos mira desde el cartel: Mike Schlegel. De esos falsos tres, jugones que no entran en clasificación mediática, que no entran en la historia de la ACB con mayúsculas pero que cambian el juego de todo un país. En los posos es donde se cimienta la identidad y la cultura. Y Schlegel, jugador de un pequeño, del Clesa, del León hoy desaparecido (otra metáfora, cuando desapareció el León dos pibes convocaron por internet una manifestación que acabó siendo multitudinaria, no les hicieron ni puto caso: ¿les suena?) es la mirada de este coso llamado AHÍ ESTÁ.
¿Qué mira Schlegel? ¿Qué mira ese hombre que se lo llevó prematuramente un cáncer en esa foto recuperada de El diario de León? ¿La pelota? ¿Qué miramos cuando vemos una cancha en acción?
Miro yo ahora el programa de este engendro raro que se han inventado entre Rubén Ramos, Marc Caellas y el MUSAC. Diez años de escénicas, del 2005 con Fäustino, hasta el 2015 con Masu. Miro el programa y pienso en el propio Fäustino recuperando “Nutritivo” que vi en su estreno del extinto Sitges, o en Arantxa con la pieza del 2007 “Al oeste del Pecos”. Veo, cómo no, a los Conde a cuestas con esa maravilla de cancha de basket en “Observen…”, al chileno de Txalo con “Todos los grandes…”, pieza que vi un día perdido en Madrid en Offlimits, etc., etc.
Y veo que son diez años mirando la pelota. Diez años de gente disfrutando porque estaban haciendo lo que amaban, encima de la escena, dándole sin parar. Y diez años de gente mirando, de un público mirando. Y vuelvo a mirar el programa y me digo: cuánto falso tres que hay aquí reunido, gente que no llamó el Pau-Orthez a jugar, o el Olympiakos, donde se ganaba la mar de bien; gente que no eran puros actores ni creadores, que no hacían ni teatro ni danza, pero que era una maravilla ver jugar. Ahí están, la personas, los trabajos, los años, la intrahistoria y la historia.
Porque, creo, así lo veo yo desde fuera de las tripas de la organización de AHÍ ESTÁ, que la intención es clara. Da igual si la selección de artistas podía haber sido más certera, más representativa, de mayor “calidad”, si alguien que era imprescindible para entender no se sabe bien el qué no está… Lo importante es que son unos jugones. Me acuerdo ahora de un proyecto que realizó Rubén en el que iba retransmitiendo lo que ocurría en escena como si de un locutor deportivo se tratase… Y me digo que si estuviera yo ahora en esas, gritaría al micro como lo hacía Andrés Montes cuando veía que se imponía la maravilla en la cancha, diciendo: JUGÓN, SEÑORES… ¡JUGÓN!, ESTE HOMBRE ES UN JUGÓN.