Anna Karina nunca nació ni nunca murió, sólo visitó este planeta entre el 22 de septiembre de 1940 y el 14 de diciembre de 2019. Se impuso o le impusieron una misión: cambiar el cine para siempre. Lo logró. No fue simplemente una actriz a las órdenes de un gran director, un tal Jean-Luc Godard, sino una intérprete sin la cual no se entienden las siete películas que hicieron juntas, su co-autora.
Su ojos, su mirada, son los ojos y la mirada de la Nouvelle Vague, un movimiento que se adelantó al mayo del 68, a la revolución sexual, a Warhol, al punk y a tantos otros gestos y actitudes claves del arte del siglo XX. Fueron los ojos de Anna Karina los que marcaron el camino a seguir, un camino incierto y sin destino claro, un camino que se hacía bailando en un café, como en Bande a part, hablando de filosofía con un viejo, como en Vivre sa vie, o disertando sobre el significado del amor en esa ciudad tan peligrosa como hermosa bautizada Alphaville.
¿A quién mira Anna Karina?
Quizás a los que llegan de “países exteriores” para participar en un festival. Es el momento de hacerlo. No está claro que el festival se repita los próximos años. A veces la realidad es demasiado difícil para transmitirla por vía oral. Esto es siempre así, nunca se entiende nada. A veces no hace falta entender. Mucho menos a los artistas. Lo cierto es que el control de habitantes ya está aquí hace rato. Y lo aceptamos como quien ve llover, o llorar, o como se acepta que la programación de los teatros repita códigos y teatralidades caducadas.
¿A quién mira Anna Karina?
Tal vez a esa espectadora que no piensa en lo que hará después de la función. A ese espectador que nunca vio bailar en su bar de cabecera a ninguna mujer vestida de marinero. A ese espectador que no se atreve a cruzar todas las salas del MUSAC al trote. Sus ojos de amatista, ojos gris Velázquez, muestran lo que no se ve a la primera, lo que queda fuera de plano o de foco, lo que completa la obra de la que formamos parte, una obra viva, hecha de caricias y retazos, de abrazos y empujones, de cantos y gritos, gestos y movimientos que embellecen este mundo injusto y cruel que nos toca transitar.
¿A quién mira Anna Karina?
Posiblemente a ese director loco e inteligente con el que compartió sus mejores años y con el que desarrolló una muy trabajada naturalidad que nos embelesa. Un director preciso que parecía que improvisaba y que incluso ponía en bocas de otras actrices las frases que Anna Karenina-Karina había pronunciado en el fragor de una discusión conyugal. ¿Qué puedo hacer? ¡No sé qué hacer!
Salva a los que lloran, le suplica a Anna un personaje de Alphaville justo antes de morir. ¡Cómo no salvar a Anna Karina tras esa inmensa llorada en un cine viendo las lágrimas derramadas por la Juana de Arco de Dreyer! Todo está en sus ojos: ese mar, ese mal, esa peligrosa bondad, ese crimen, ese profundo espíritu que todo lo sabe, esos ojos que saben que hemos de morirnos toda la vida para no rompernos el alma y no llorar de amor. ¡Qué ganas de llorar!
¿Qué es, entonces, el amor?, le pregunta Anna Karina a Mr Johnson, el agente secreto encargado de matar a su padre, el profesor Von Braun, el fundador de Alphaville. Su respuesta es un poema, un poema para leernos de balcón a balcón, de semáforo a semáforo, de tumba a tumba, un poema que podemos tunear y convertirlo en la definición de un género, estilo o manera de hacer que no tiene definición posible, o que la rehuye, o que pasa de tenerla, ¿para qué? Un poema ideal para recitarnos en esas noches de toque de queda en las que soñamos en nuestras camas, si es que hay camas de alguien.
Entonces, ¿qué son las artes vivas?
Tu voz, tus ojos, tus manos, tus labios,
nuestro silencio, nuestras palabras
la luz que se apaga, la luz que se enciende
una sola sonrisa entre nosotros.
Fuera, fuera, dice el odio
más cerca, más cerca, dice el amor,
una caricia nos guía desde la infancia.
Cada vez veo más la forma humana
como un diálogo entre creadores.
Una mirada, una palabra.
Todas las cosas se mueven.
Tenemos que avanzar para vivir.
Espectador, dirige tu camino hacia los que amas.
Yo iba hacia ti, sin pausa hacia la luz.
Si sonríes, es para invadirme mejor.
Los rayos de tus brazos, perforan la niebla.