AHÍ ESTÁ presenta Observen como el cansancio derrota el pensamiento (2011) de El Conde de Torrefiel el sábado 11 a las 20.00 horas en el Hall del MUSAC. El Conde de Torrefiel presenta la pieza así: la dramaturgia de la pieza yuxtapone un encuentro de baloncesto donde los jugadores miden su resistencia, fuerza y técnica, mientras un hombre y una mujer debaten temas relacionados con ellos mismos, interrogándose alrededor de cuestiones vitales que les preocupan, cuestiones que les interesan por su carácter inevitablemente contemporáneo: el amor, la política, el dinero, el entretenimiento, el arte o la muerte. El dispositivo textual se articula como una serie de preguntas y respuestas, presentadas en voz en off y cuyos contenidos aparentemente no guardan relación con la acción escénica. El diálogo empieza con cuestiones de carácter superficial y avanza hacia temas cada vez más íntimos, para abordar la composición de un discurso que reflexiona sobre el cansancio existencial e intelectual, confluyendo finalmente con la acción escénica, que en su devenir se convierte en una clara representación del cansancio físico. Tanto el partido como la conversación están invisiblemente unidos por la idea de enfrentamiento; un tour de force con la pretendida finalidad de “ganar” la partida, jugando a baloncesto o defendiendo un discurso.
Lo ha dicho más de un escritor: la mejor literatura de hoy en día está en las series de televisión. Lo han corroborado unos cuantos más. Se ha expresado públicamente en festivales, revistas y sesudos ensayos. Se refieren a las series norteamericanas, claro. Se refieren a escrituras producidas en inglés. Seguramente tienen razón. Es una generalización, pero suele servir para iniciar animadas discusiones. Siguiendo por esta línea, yo también suelto mi boutade y afirmo que la mejor literatura en español se escucha, se lee, se mastica en ciertas salas de teatro, museos o auditorios. Otra vez: las mejores escrituras en español se producen para la escena. En Argentina, en Colombia, en México, y en España también. Sucede que el teatro más o menos experimental, las conocidas como artes vivas, la “creación contemporánea” no suele estar pirateada en internet (a nadie le motiva mucho teatro en la pantalla) y, por tanto, todos estos escritores, críticos, periodistas culturales y demás opinadores a sueldo no se enteran. Porque jamás pisan una sala de teatro, porque no les interesa el teatro, porque les aburre el teatro, claro, lo que ellos entienden por teatro, lo que se entendía en el siglo XIX por teatro, lo que aún hoy en día, en pleno siglo XXI, entienden por teatro la mayoría de gestores culturales de estos países donde el castellano es la lengua oficial.
¿Dónde se pueden encontrar estos textos? En las librerías, dónde sino. Durante años, algunos de ellos han circulado en forma de Pliegues de Teatro y Danza. Antonio Fernández Lera los lleva publicando desde el año 2001. Son 60 textos editados en estos 14 años. Desde Segovia, dos editores, al frente de una editorial independiente llamada La Uña Rota han agrupado, seleccionado y publicado los textos de Rodrigo García, Angélica Liddell o Juan Mayorga. Para finales de año anuncian la salida de los textos de El Conde de Torrefiel. Mientras no llega ese volumen, podemos disfrutar con las bellas y artesanales ediciones de TeatronTinta. Por sólo 4 euros se puede conseguir Escenas para una conversación después del visionado de una película de Michael Haneke (obra que, por cierto, está disponible on-line aquí y que yo creo que debería ser programada en Sevilla o Málaga en Semana Santa, a ver qué pasa…) o La chica de la agencia de viajes nos dijo que había piscina en el apartamento, de donde extraigo este fragmento:
“Durante un tiempo estuve fatal. Y para superarlo me pasé todo un invierno haciendo footing, porque era la mejor forma de calmar la desesperación y la ansiedad. Y, ahora que estoy muy bien, cada vez que veo a alguien haciendo footing me imagino qué tipo de problemas relacionados con la ansiedad y la desesperación tiene esa persona. Si alguien te dice que hace footing para adelgazar, desconfía. En realidad está al borde de la depresión. Porque no hay otra razón que la desesperación absoluta para que toda una ciudad, a las 20:30 de la tarde, se ponga unas mallas feas, música techno chunga, una cinta del Decathlon en la cabeza, una calculadora en el brazo y se lance desmoralizada a la calle. Estar al borde de la depresión es la única razón para que toda una ciudad se desfigure a las 20:30 de la tarde con tal mal gusto y empiecen todos a correr para sudar como cerdos y que nos les importe detenerse a tu lado en un semáforo y así, guarros y con la cara roja, se queden ahí a tu lado, dando saltitos para no perder el ritmo.”
El Conde de Torrefiel hace teatro de texto. Sin complejos. Pasaron los años donde decir eso te convertía en un carcamal. Años donde la abstracción dominaba la escena más innovadora. Los tiempos cambiaron. Vivimos en una época en la que los artistas de la escena quieren decir cosas, y quieren decirlas de manera clara, para que se entiendan. ¿Moralistas? No, más bien sus obras intentan ser un elemento más de agitación política, una suerte de terrorismo poético, arte comprometido con su época.
El Conde de Torrefiel apuesta por jugar con los textos y con la performance. A menudo el texto va por un lado y el estímulo visual por otro. Hay una búsqueda constante de la puesta en escena del texto. Les he oído decir, a Pablo Gisbert y Tanya Beyeler, almas máter del grupo, que para ellos lo valioso de las piezas es el discurso íntimo, ese relato que se lee, se escucha, se vive en el escenario. Ambos sospechan que el público es reluctante a escuchar nuevas historias y que, por tanto, hay que crearle una atmósfera, una especie de colchón neuronal para captar su atención y conseguir su presencia en el espacio, sin distracciones.
El Conde de Torrefiel trabaja con los intérpretes en esa misma línea. Al proyectar los textos, al grabarlos en voz en off, los actores disponen de más libertad, quedan liberados de decir o hablar y pueden centrarse en otras cosas. En jugar al baloncesto, por ejemplo. En Observen como el cansancio derrota al pensamiento asistimos a un partido entre 3 intérpretes y 3 jugadores locales mientras una voz en off nos cuenta algunas cosas.
“No conozco a nadie que haya ido a pasar un tiempo a Londres desde la alegría. A nadie. Londres es un contenedor de fracasos. London calling. A la persona que se le ha muerto alguien cercano, va a Londres. A la persona que no le sale trabajo aquí, va a Londres. A la persona que lo ha dejado con su pareja, va a Londres. La persona que es un desastre y su padre no sabe qué hacer con ella, la mandan a Londres. La persona con dinero que no sabe donde pasar el próximo año, se va a Londres a estudiar algo caro. La persona que simplemente tiene ahorros y está aburrida pues va una temporada a Londres. London calling. La llamada de Londres. Todos estos esbozos del barro del fracaso viajan a Londres para hornearse y convertirse en esculturas acabadas del fracaso. Porque ir a Londres es fracasar, y nadie se escapa vivo de esta regla, nadie.”
El Conde de Torrefiel sigue trabajando en nuevas propuestas. A finales de junio estrena su nueva obra en el CDN, en Madrid. Un proyecto del que ya hemos podido ver cuatro piezas en espacios tan estimulantes con el nyamnyam, el festival Inmediaciones, Antic Teatre o la Fundición de Bilbao. Hay ganas de subirse a un autobús e irse de gira con los Condes. Como si fueran una banda de rock. De alguna manera lo son un poco, una banda de las que hablaba Hakim Bey.
En nuestra sociedad post-Espectacular del Simulacro, muchas fuerzas actúan -incluso invisiblemente- para desfasar la familia nuclear, y traer de vuelta la banda. Ciertas rupturas en la estructura del trabajo tienen su resonancia en la «estabilidad» arruinada de la unidad-hogar y la unidad-familia. La banda de cada cual incluye amigos, ex-cónyuges y amantes, gente conocida en distintos trabajos o pow-wows, grupos de afinidad, redes de intereses especializados o redes de correo, etc. La familia nuclear se convierte cada vez más en una trampa, en un desagüe cultural, en una secreta y neurótica implosión de átomos escindidos, y la contra-estrategia obvia que inmediatamente emerge desde el mismo inconsciente pasa por el redescubrimiento de la a la vez más arcaica y post-industrial posibilidad de la banda.