AHÍ ESTÁ comienza el viernes 10 a las 18:00 en el Laboratorio 987 del MUSAC con La Cosa (2010) de Amaia Urra (Donostia, 1974), una pieza que se sitúa justo en la mitad de esta última década. Sobre La Cosa y el trabajo de Amaia Urra, escribía Victoria Pérez Royo tras su estreno: «Destruir una papelera de plástico para tirarla dentro de otra papelera exactamente igual. Ésta es una de las acciones que suceden en La cosa, el último trabajo de Amaia Urra. Sus trabajos son universos autárquicos, que no siguen una lógica común, sino que establecen lúdicamente los propios parámetros para entrar en el juego, reordenando los objetos que lo pueblan y sus significados de acuerdo a lógicas propias. Se trata de sistemas que sirven para entender el propio sistema; de lógicas que se explican a sí mismas; y de muchas otras cosas: de crear perplejidades en la manipulación de lo cotidiano, de atención a lo ordinario, de juegos de palabras, de listas, inventarios de lo banal, de clasificaciones imposibles y de muchas otras cosas en las que seguimos pensando como espectadores mucho después de haber conocido el trabajo.» Cinco años después, Marc Caellas, uno de los comisarios de AHÍ ESTÁ, al estilo de Teatro del bueno (Teatron.Tinta #3, 2015), confecciona a partir de La Cosa el texto que presentamos a continuación.
– Cuando dos personas tienen sentimientos distintos, eso es lo que les permite dialogar.
– ¿En la sociedad ideal con que usted sueña, los individuos estarían cerca unos de los otros, pero no se comunicarían?
– No se comunicarían, ¡pero hablarían, dialogarían! Prefiero mucho más ese concepto de diálogo, de conversación, al de comunicación. Esta supone que uno tiene algo, un objeto, que comunicar. La conversación en que pienso no sería una conversación que pudiera referirse a objetos. Comunicar siempre es imponer algo: un discurso sobre objetos, una verdad, un sentimiento. En tanto que, en la conversación, no se impone nada.
– Pero si nada se impone, es posible decir cualquier cosa…
– Ese “cualquier…” es lo que da acceso a lo que llamo la apertura. Al proceso. A la situación de circo. En esa situación surgen objetos. Pero por tratarse de una conversación, no de una comunicación, es posible soslayarlos. Lo que se dice no consiste en tal o cual objeto. ¡Es la situación de circo! El proceso.
Escribe John Cage en Para los pájaros
Muchas cosas no cambiaron, aparentemente, no se movieron (las letras, los símbolos, la fuente, el terraplén, los bancos, la iglesia, etc.); yo mismo me senté en la misma mesa.
Escribe Georges Perec en Tentativa de agotar un lugar parisino
¿Dices que el pasado se instauró en el poder pero sigues hablando de la originalidad como baluarte literario? ¿Te preocupa el estado de las cosas pero cuando escribes crees que la estética no va con la ética? ¿Estás dispuesta a transformar el mundo pero cuando narras te persignas ante la divina trinidad inicio-conflicto-resolución? ¿Te diviertes escribiendo como un loco o un niño pero a eso le llamas ejercicios o apuntes y nunca literatura? ¿Eres un as en las redes y haces mucho copy-paste pero cuando narras lo único que te preocupa es la verosimilitud? ¿Quieres trastocarlo todo pero te parece que el texto publicado es intocable? Cuestionas la autoridad pero te inclinas ante la autoría? En resumen: ¿Estás contra el estado de las cosas pero sigues escribiendo como si en la página no pasara nada?
Escribe Cristina Rivera-Garza en Los muertos indóciles
El mal verdadero, el único mal, son las convicciones y las ficciones sociales, que se sobreponen a las realidades naturales; todo, desde la familia al dinero, desde la religión al Estado. La gente nace hombre o mujer: quiero decir, nace para ser, una vez adulto, hombre o mujer; no nace, en buena justicia, natural, ni para ser marido ni para ser rico o pobre, como tampoco nace para ser católico o protestante, o portugués o inglés. Es todas esas cosas en virtud de las ficciones sociales. Pero, ¿por qué esas ficciones sociales son malas? Porque son ficciones, porque no son naturales.
Escribe Fernando Pessoa en El banquero anarquista
Con supremo cariño y atención ha de estudiar y contemplar el que pasea la más pequeña de las cosas vivas, ya sea un niño, un perro, un mosquito, una mariposa, un gorrión, un gusano, una flor, un hombre, una casa, un árbol, un arbusto, un caracol, un ratón, una nube, una montaña, una hoja o tan sólo un pobre y desechado trozo de papel de escribir, en el que quizá un buen escolar ha escrito sus primeras e inconexas letras. Las cosas más elevadas y las más bajas, las más serias y las más graciosas, le son por igual queridas y bellas y valiosas.
Escribe Robert Walser en El Paseo