Hace dos semanas disfrutamos en el LEAL.LAV de este torbellino titulado ‘Hostiando a M’ con el quel Agnés Mateus y compañía llegaron para agitarnos como cuando un huracán se aproxima al archipiélago. Agitar no se el qué. Porque fue mucho lo agitado. Sensibilidades. Conciencias. Miedos. Expectativas.
Nosotros esquivamos como pudimos una serie de interrogantes afilados que nos llovían desde la escena, lanzados unos con rabia, otros con delicadeza, igualmente cortantes ambos. Interrogantes como guadañas, como hoces, capaces de sesgar y ante los que es preciso posicionarse si uno no quiere terminar con algún rasguño. Hoces separadas a patadas de su martillo, la herramienta que esta mujer usa para poner en práctica lo que sabe hacer. Porque ese martillo es su cuerpo y con él, como en una fragua, va enderezando el metal ardiente de su pieza, dándole forma (o quitándosela) ante nuestros ojos.
Pocas veces me he sentido tan incómodo a la hora de afrontar esto de escribir sobre el trabajo de otro. Siempre es un reto muy delicado y comrpometido. Veamos: la ecuación ‘me gusta / no me gusta’ suele estar despejada en estas crónicas y hoy pasa lo mismo. Pero mi incomodidad no viene de ahí, sino de esa agitación ya mencionada, y por otro lado porque ‘Hostiando a M’ se me antoja difícilmente comentable sin recaer en la anécdota o sin hacer unos spoilers tontos y bastante indeseables. Aparte, siento que comentar tal o cual parte sobre otra, distinguiéndola del resto del trabajo, la desactiva de algún modo y parece poner en tela de juicio la unidad con la que Agnés es capaz de presentarnos un trabajo de unidades muy fragmentadas que toman sentido en la ligazón que supone su cuerpo, en la manera en que la rotundidad de su presencia las hilvana.
Se me ocurre que en este sentido la maquinaria funciona porque todo se articula con claridad desde lo performativo, que propicia un modo muy concreto de estar y hacer, desde el que mostrarse y desde donde construir otras realidades. Un lugar que es un cuerpo disponible, afectado por cada una de las acciones que realiza, lugar al que volver desafectándose, cuando esas acciones concretas se cortan o se diluyen, transformándose en otras o desapareciendo.
Igual que cualquier comentario restaría importancia a esas escenas / acciones, desactivándolas, nosotros, como público observado, colectiva o individualmente nos hacemos cargo de cada guadaña lanzada, cuestiándonos con ella, o bien tratamos de esquivarlas más o menos torpemente mediante la risa. Ahí Agnés nos tira el chaleco salvavidas del humor, un recurso que aligera la propuesta, apareciendo intermitente pero constantemente, a veces como un guiño puntual, otras para quedarse. Un humor nada inocente que el público que ríe y quiere eludir toma más como algo televisivo, es decir, que intenta tomarlo como tal y así, de nuevo la palabra, tal vez desactivarlo, domesticarlo, hacerlo inofensivo. Pero no. El humor al que Agnés se entrega en este cabaret contemporáneo viene de muy lejos, es familia directa de aquel que usaran los bufones ya sabemos para qué y contra quién. Solo que ahora es necesario arremeter y darle su parte de hostias al público, y que esas hostias se difundan de algún modo, porque el rey o quien sea que reine no va a estar presente, interesado en lo que los artistas hacemos. Qué va. Lo que reina ahora solo dirige su mirada a lo artístico para encarcelar titiriteros como quien se saca una piedra del zapato. Y puede que por eso sea preciso arremeter contra las personas que formamos el público. Cuestión de responsabilidades. Porque somos nosotros quienes tenemos cuentas en Facebook y Twitter, quienes tenemos incluso vidas, aunque la mayor parte del tiempo lo olvidemos, del mismo modo que olvidamos que en cada acción y comentario reproducimos el discurso del propio poder que nos oprime.
‘Hostiando a M’ en su carrusel de acciones transita por muy diversas formas, por decirlo de algún modo. En la coctelera (molotov) entran esos pequeños episodios que sostenidos sobre sí mismos o sirviendo como tránsitos dramatúrgicos hacen a la pieza cambiar de estética y coherentemente de estilo y de tono. A mi entender (o mi gustar) hay un trabajo de vídeo bien fino, sin ninguna sofisticación de más, que por su sencillez y crudeza mantuvieron mi mirada más atenta aún a la vez que permitieron que mi imaginación volara muy lejos, abriendo nuevos campos de significado desde los que complementar todo lo que estaba pasando ante nosotros.
Podrá parecer para quien esperaba que comentara la obra que me he escaqueado por la puerta de atrás. Pero no. Porque precísamente lo más trabajado y consciente, el lugar donde hay más oficio y potencia es en ese cuerpo que ven en la imagen de arriba. La obra bien podría hacerse en un garaje que en el salón de una casa. No porque no tenga valor ni esté cuidada (todo lo contrario) sino, porque es la propia Agnés la que pone en valor y da sentido a la arquitectura que ha fabricado tan a su medida. Hay histrionismo en muchos momentos de humor. Hay esa cosa llamada ‘sobreactuación’. A eso, como a muchas otras cosas en sus acciones, Agnés llega por pura insistencia. Insistencia. Insistencia. Hay personas que al salir, igual que destacan una u otra escena, cosa que he evitado, dicen que eso les sobra un poco. Hay incluso personas que se dan cuenta que sentirse mal ante la exageración, la risotada, la mueca, el balbuceo y las voces forzadas de la llamada sobreactuación era también otra trampa, una forma con la que trasmitir un mensaje con la voz mientras se nos pone en la situación de juzgar lo que vemos como bueno o malo, como tal vez ‘demasiado vulgar para nosotros’. Y pasa que si caemos ahí hacemos el ridículo. Agnés rompe cada juego cuando quiere y nos mira a los ojos para soltarnos otra pregunta o hablarnos con toda determinación, recordándonos que ella no está en eso. Que puede ir a eso, ponérselo y quitárselo como un traje de lentejuelas, pero que sobre todo nos está observando y nos lo está dando todo. Y viendo cómo nos las apañamos para recibirlo.
Es la magia que tiene la presencia en estos días inciertos en los que los gobernantes aparecen enmarcados por pantallas de plasma sin que nadie haga nada pero cualquiera se siente autorizado para decir al artista que abusa del vídeo o que sobreactúa.
Si ese es el problema, me digo, sobreactuemos, pues. No es que en esta puta vida estemos solo una vez. Qué va. Es que en la vida no se está, como se está en un desierto o en un Carrefour. No. En la vida solo se es. Se es vida. Y por más que queramos mirar para otro lado o intentemos taparlo consumiendo nos están quitando de vivir haciéndonos solo pensar y haciéndonos pensar unas mierdas simplistas y además inoculadas, como un virus que se autolegitima en las mayorías. Por eso me digo que ante este percal, sobreactuemos.
Yo si sobreactuara querría ser una mujer como Agnés Mateus. Fuerte y sensible, acogedora y agresiva, despierta, clara, alegre y tan empoderada de sí misma. Más nos valdría a todos salir de los armarios / ataúdes que llamamos carácter y donde nos instalamos a ‘vivir’ y fuéramos capaces de sacar fuera a la amazona que somos. Mientras tanto, ya que todo el mundo no va a despertar a la vez y de repente, deseo por el bien de la artista, del oficio y de todas las personas que tengan la oportunidad de verla que ‘Hostiando a M’ se siga viendo mucho.
Gracias, Agnés.
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Las maravillosas fotos de esta entrada vuelven a salir de la cámara (y la mirada y finura) de Javier Pino. (He dejado que las imágenes contaran lo que yo no quería contar, pero también he prescindido de muchas y es que en ellas se ve… se ve… de todo! Todo lo que no pueden dejar de ver si tienen la oportunidad, así como las sonrisas de muchxs colaboradorxs que hicieron de la pieza algo realmente potente y emotivo).